jueves, 30 de octubre de 2014

El Estado secuestrado (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

El Estado venezolano se parece muy poco al perfil que le dibuja la Constitución.  Como si se tratase de una oferta engañosa en los clasificados de inmuebles y automóviles o en los sitios web para encontrar parejas, el Estado se vende de una manera y resulta de otra, radicalmente distinta y, hay que decirlo, inferior.

¿Qué dice la Constitución? Desde su adornado Preámbulo, el librito azul habla de un “Estado de Justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común…”.  El Artículo 2 describe un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, cuyos valores fundamentales son “la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y… la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.

El siguiente, el Artículo 3, define los fines esenciales del Estado como “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta Constitución”.  90-60-90.  Como nuevo.

¿Para qué sirve hoy el Estado? Lejos de ceñirse a los preceptos constitucionales, el Estado y sus instituciones están secuestrados por las agendas personales y partidistas.  Lo que hay es un Estado para la acumulación y conservación de los privilegios, para la corrupción, el peculado de uso y los negocios.  La privatización del Estado como mina personal, como hacienda de camarillas, para explotarla de la manera más voraz y veloz posible, mientras dure.

Existe un Estado captivo del clientelismo en su forma más clásica.  Se trata de acceder al poder para engordar la nómina oficial con los amigos y la familia, para “ayudar” a los colaboradores.  Es llegar para darle una trinchera financiera al partido, es la cuota, el diezmo para agradecer y, sobre todo, para que nunca olviden los funcionarios que están allí que se deben a un partido y que nada tienen que ver las propuestas y cualidades personales de quien llegó a un cargo que fácilmente podía haber ocupado otro.  Ese es el dogma.

Tenemos un Estado para la persecución, para la revancha y para sacarse espinas.  Para ello montan gobiernos paralelos que superan en presupuesto a los electos por voluntad popular, usan los órganos legislativos para amenazar, chantajear, extorsionar.  Politizan la justicia, afilan la Contraloría como arma.  Utilizan las instituciones fiscales como policía política y los medios oficiales como tribunal.

Hay un Estado al servicio de la promoción personal, de la propaganda, de la pantallería.  Siempre pensando en el próximo paso, no de la política pública ni del modelo de administración, sino del personaje que ostenta el cargo.  Es la campaña permanente, legado indiscutible de Chávez.  El proselitismo sustituyó a la política.  ¿Cuándo trabajan? ¿Cuándo se encargan de todo lo que han prometido resolver si lo suyo es la perpetua propaganda?

Esta concepción del Estado es muy grave porque deja de lado lo realmente importante.  En nada sirve a los intereses de la ciudad, del país, a los problemas de la gente.  Nada hace para encarar los enormes desafíos que enfrentamos como Nación.

Asistimos al reemplazo del gobierno por la farándula política.  Por la más mínima nimiedad se hace un acto televisado y, muchas veces, encadenado.  Pintar una pared, barrer una calle, todo se convierte en parte del reality show cuya finalidad es exaltar la personalidad del hombre bueno que “no tiene asco de abrazar a uno los viejitos”, como reza una cuña, y por cuya gracia (“suya de él”, no del Estado que representa) la gente puede comer, leer, dormir, según sea el caso.

Este modelo de Estado es insostenible y nos desintegra como Nación.  Cada quien pendiente de su parcela, de acumular más y más.  Crece así lo sectario y lo faccionario frente a lo colectivo y lo compartido.  Lo que hace el gobierno nacional se reproduce aguas abajo y, así, el Estado todo adopta una dinámica esquizofrénica que hunde al país más y más en el pantano.

Los venezolanos comprometidos con el cambio debemos prestar atención a estos asuntos de manera urgente.  Si queremos que el cambio sea real, verdadero, que vaya más allá de las caras y los colores de camisa, hay que atender esta crisis y ponerle el cascabel al gato, aunque eso signifique parar, en el momento del disfrute, los privilegios y demás desviaciones de estar “en la buena”.

Tenemos que recuperar el foco de un Estado que ni es de justicia, ni es federal ni es descentralizado, que nada hace por la paz, que lesiona la libertad, que atenta contra el bien común y el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la igualdad y la justicia social.  Un Estado contrario a la democracia, al ordenamiento jurídico, a los derechos humanos, la ética y el pluralismo político.  Un Estado que pisotea la dignidad humana, irrespeta la voluntad popular e incita a la violencia.  Un Estado antítesis de la prosperidad y del bienestar del pueblo.

Rescatar ese Estado secuestrado es una condición ineludible para la recuperación de la República y el avance del pueblo venezolano.

@danielfermin

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