viernes, 19 de diciembre de 2014

Difícil Navidad (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

No podía ser de otra manera. Las navidades de 2014 se parecen al resto del año. Son consecuencia de esos meses precedentes, testigos de la peor crisis de la historia reciente. Es más que un mal momento, se trata del colapso de un modelo insostenible, de la mano de un gobierno incapaz que no sabe ni puede ponerle ya coto a la situación.

Diciembre suele traerle a la gente un respiro. Por unos cuantos días, pareciera declararse una tregua a las tribulaciones del día a día, para disfrutar en familia momentos de reencuentro, reflexión y alegría. Este diciembre ha sido muy difícil para los venezolanos y el respiro ha sido corto, accidentado, ansioso. Los problemas parecen no acatar ningún cese al fuego y, todo lo contrario, se acentúan, manifestándose en la escasez, los desorbitados precios y el plomo que lleva en el ala la calidad de vida.
Mientras tanto, el gobierno intenta responder con una normalidad impuesta. “Navidades felices”, declararon en noviembre. Caravanas de vehículos oficiales desfilan, cual carrozas, con militares a bordo y funcionarios públicos por las autopistas, portando pancartas con la imagen de Maduro al son de unas gaitas pro gobierno que, en su inmensa contradicción, resuenan de gigantescas cornetas. Pero el deslave sigue. El de menos es el de la popularidad del gobierno, sólo producto del que de verdad golpea contundentemente al pueblo, que es el deslave del país.
Las Navidades penden de un hilo, no por la agenda política ni por alguna supuesta desestabilización, sino porque la situación del país ha colocado a la gente en un estado de extrema vulnerabilidad. El Niño Jesús requiere de un esfuerzo titánico, que puede esfumarse al primer imprevisto. Que no se dañe la nevera, que no se espiche un caucho ni haya que meter el carrito al taller. Que no se caiga el muchacho ni se enferme la abuela. Las familias pasan esta temporada aguantando la respiración, con el sumo cuidado de no caerse, de no romper, dañar, perturbar una realidad que es tan frágil como lo es insoportable.
Es muy duro vivir así. Los excedentes de la bonanza petrolera deberían paliar, desde el gobierno, las penurias de hoy, pero esa plata se la robaron, la derrocharon, la regalaron. Hoy el gobierno, detrás de la gaita autoindulgente y la felicidad decretada, declama un “¿Y qué quieres tú que yo haga?” que retumba en el estómago del hambriento y en las lágrimas de la víctima de la violencia, en la bilis del que no consiguió medicinas y en la sangre hirviente del que encontró al final de la cola un “no hay”.
Diciembre es sólo un corolario de la realidad que se vive día a día, de la lucha permanente que es vivir en revolución. La plata que no alcanza para nada, la gente que no tiene ni para comer. Frente a esa realidad y frente a ese pueblo que pasa las más abyectas necesidades por culpa del mal gobierno, debemos ofrecer un camino distinto y mejor, una alternativa real que brinde oportunidades de progreso para todos. Allí la responsabilidad de todos los que somos dolientes de lo público, de lo colectivo. Que este pueblo noble no sufra, nunca más, los embates de una Navidad tan difícil como esta pasa por lograr el cambio político, profundo, real, que sólo es posible apelando a nuestra fibra unitaria, solidaria y venezolanista, sembrando una esperanza real y honrando la confianza de quienes, cansados de vivir así, imploran por una opción que haga posible el avance de todos y la próspera felicidad que nuestra gente merece.
@danielfermin

viernes, 12 de diciembre de 2014

Polítika de Calle #01: La urgencia del cambio (Publicado en Polítika Ucab)

A manera de prolegómeno
La política es, ante todo, una actividad.  Es dinámica, social, humana.  Independientemente de si se le considere como la manera civilizada de conciliar los conflictos y las diferencias en una sociedad, o de si se le tome como la guerra por otros medios; de que se base en procurar la libertad o en garantizar la dominación, el hecho es que la política se mueve, respira, actúa.  En aras de la honestidad intelectual, debemos dejar constancia de nuestra predilección por una concepción de la política basada en la administración del disenso y la garantía de la pluralidad, en su cualidad civilizadora y en los valores que de ésta se desprenden.  Frente a la política, la guerra, la aniquilación del contrario, la barbarie.  Desde este espacio, que hoy estrenamos, queremos contribuir al análisis, a la comprensión y la difusión de lo político desde la actividad política, siempre en clave analítica y no proselitista.  Para ello nos adentraremos en su día a día, entablando contacto con sus interlocutores de base y recorriendo las realidades que se viven, como el nombre de esta columna lo indica, en la calle.
La urgencia del cambio
La ubicuidad de la crisis se ha vuelto un lugar común.  Que es la más grave de la historia reciente, que lo peor está por venir.  Todo eso es cierto.  Tras los fríos indicadores, tasas y estadísticas, en ningún lugar se percibe la crisis como en la calle.  En el mercado, en la farmacia. En ningún lugar se vive la crisis como en las comunidades.
Recientemente estuvimos en el barrio El Limón, ubicado en la carretera vieja Caracas-La Guaira.  Allí, de entrada, nos encontramos con la cola del gas y, más arriba, con la del Mercal.  Nos explica Arístides López, vecino del sector, la dinámica, que no duda en calificar como un viacrucis: antes el camión del gas pasaba, casa por casa, por la calle principal y la gente salía a comprar sus bombonas.  Listo.  Ahora los habitantes de El Limón deben madrugar cada sábado para hacer su cola, a ver si el camión llega.  Lo del Mercal es peor: cada lunes madrugan para anotarse en un cuaderno y recibir su número para comprar lo poco que llega… ¡el sábado siguiente!
Beatriz Castro es una dirigente social y comunitaria de toda la vida.  Más de cuarenta años de vida activa en defensa de su barrio la han llevado a militar en varias toldas políticas tan contrapuestas que pareciera una inconstancia.  Dicen que de blanco, rojo y amarillo han visto a Beatriz a través de los años.  Lejos de esa primera impresión, lo que hay es una coherencia profunda: su comunidad viene primero y quien se muestre comprometido a ayudarla ha tenido en ella, y en un grupo grande que la acompaña, todo el apoyo.  Beatriz habla con la autoridad moral de quien conoce, como nadie, su zona, sus problemas, sus potencialidades.  Nunca ha visto tanta desidia, el gobierno no llega mientras los servicios colapsan.  Deja claro su derecho a vivir con dignidad cuando arranca sus argumentos con un “sabemos que vivimos en un barrio pero…”.  Es clara y se expresa con una soltura articulada que sería la envidia de más de un alto dirigente político.  Si así está la comunidad, imagínese el país, razona.
Estamos de mal en peor, nos dice Margie Guzmán, cristiana evangélica y vecina del sector Vista Hermosa.  A diferencia de Beatriz, no es dirigente pero, al igual que ella, ve con preocupación la crisis que vivimos.  La delincuencia y las colas para comprar comida son los principales azotes a la calidad de vida.
En la medida en que nos adentramos a la comunidad, con el viaducto a lo lejos dibujando el paisaje, palpamos sus carencias y nos golpea la universalidad de sus necesidades.  Pareciera que todo el mundo tiene chikungunya, las manos hinchadas y lesiones de la piel dejan en evidencia que no se trata de alguna hipocondría comunitaria.  Visitamos una casa donde el jefe del hogar se recupera de tuberculosis y su esposa guarda reposo por hepatitis.  El recuerdo de la tragedia de 1999 sigue en pie, y debemos mover el carro más arriba a la primera señal de una llovizna tan ligera que no puede llamarse lluvia, pero que asusta como si fuese un vendaval.  Lo que baja por esa calle es un río cuando llueve, advierten.  No exageran.
Así se vive en la Venezuela de bloque y zinc al año dieciséis de la revolución bolivariana, tras la bonanza petrolera más grande y sostenida de nuestra historia.  Son miles de miles de millones que por el barrio no se ven.  Las calles son de hace 25 años, al igual que las escaleras y las pantallas atirantadas.  La “quinta” les ha dejado un Mercal que abre una vez a la semana y miles de esperanzas frustradas.
Sin duda es una oportunidad perdida que se malgastó engordando el Estado, multiplicando y atornillando con soldadura las relaciones clientelares y promoviendo el saqueo de la Nación, por acción u omisión, dando rienda suelta a la impunidad.  No es todo.  La violencia diezma a la juventud, se trituraron las oportunidades y se desmanteló la institucionalidad del país.  Vivimos en un estado grave de anomia, signado por la desconfianza y la pérdida de referentes sólidos.  El gobierno, y con él el Estado (y el partido, desdibujaron la línea), se hace impermeable a la crítica y al reclamo, huyen hacia delante con disparatadas teorías de conspiración, guerras económicas, sabotaje, mientras arrecia la represión, la persecución política y el chantaje a los beneficiarios de la asistencia estatal.  Las iniciativas de la comunidad organizada, múltiples y diversas, se encuentran con muros impenetrables si no sirven de manera exclusiva a la agenda oficial.  Paga el pueblo, cada vez más vulnerable y de su cuenta.
Los analistas advierten que no hemos tocado fondo.  Es difícil imaginar un año más duro que este para el día a día de la gente común.  Las encuestas ofrecen su fotografía.  La de Datanálisis retrata un descontento prácticamente unánime: 85,7% de la población concuerda con la señora Guzmán en que esto va mal.  Lejos de la desesperanza, hay un clamor popular.  Lo comparten Arístides, Beatriz, Margie.  Lo comparte Karina, estudiante de 20 años de comunicación social en la Universidad Santa María y habitante de El Limón: El cambio.
¿Qué entiende la gente por cambio?  Para la señora Guzmán se trata del cambio de nuestros gobernantes y por ello ora a Dios para tener mejores hombres y mujeres en la conducción de los asuntos públicos. Para Beatriz es el cambio profundo que permita que las cosas marchen bien, un cambio político que se traduzca en bienestar.  Para Karina ese cambio pasa por una nueva Asamblea Nacional.  Es dirigente juvenil de la oposición y en sus palabras se entrevén líneas políticas prefabricadas, sin que ello le reste un ápice de mérito ni convicción.  Pero para Arístides, quien a lo largo de nuestra conversación ha ubicado en el gobierno actual, como más de 72% de los venezolanos según Datanálisis, la culpa de la situación del país, el cambio es otra cosa más desmenuzada, más del día a día, un cambio chiquitico que le daría a su calidad de vida un merecido respiro.  Cuando le preguntamos qué hace falta para que esto cambie, responde instintivamente por lo que más le afecta: “que el Mercal abra todos los días y no sólo los días sábado”.  ¿Es menos válido que la imploración de Margie o el reclamo político de Beatriz? ¿Es menos legítimo que el llamado a la acción de Karina? No.  El cambio grande, mediano, pequeño.  El cambio institucional, político, gerencial.  Cualquiera de ellos, todos ellos.  Hoy cambio es un clamor popular que rompe las barreras de la polarización política y la estratificación social.
Las élites políticas deben prestar atención a los temores y las expectativas de la gente. En especial deben hacerlo quienes ejercen el poder efectivo de las instituciones.  Para el gobierno, desoír al pueblo y, para la oposición, no acompañar al pueblo en sus reclamos, atendiendo agendas subalternas o desconectadas de los problemas reales, puede ser muy peligroso.  Las condiciones son terreno fértil para todo lo que, como Nación, debemos evitar: la violencia, la antipolítica, el quiebre del hilo constitucional.  Si “sólo el pueblo salva al pueblo” y “la voz del pueblo es la voz de Dios”, como tantas veces se nos ha dicho en los últimos lustros, cabe bien pasearse por las realidades de un país que pasa necesidades todos los días y cuya situación insostenible requiere de la atención prioritaria de la acción de gobierno y de la agenda política toda, oyendo a ese pueblo que no aguanta ya las penurias y que reclama con urgencia un cambio para mejor.
Los invito a ver el video testimonial de esta experiencia.




Polítka Ucab es una publicación del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello.
http://politikaucab.net/2014/12/11/la-urgencia-del-cambio/

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La vista en la pelota (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

El descontento es prácticamente unánime.  Las últimas encuestas sólo confirman lo que se siente en cada esquina, en la parada, en el vagón del metro: la gente está cansada de pasar tanta necesidad, el país va de mal en peor y la culpa es del gobierno de Nicolás Maduro.  Datanálisis ofrece la fotografía más reciente: 85,7% de los venezolanos perciben como negativa la situación del país.  Tras un año y siete meses de un gobierno que prometió “eficiencia o nada”, nada hay en los anaqueles, nada hacen para combatir la violencia y la impunidad, nada baja de precio sino todo lo contrario, nada que se le ve compón al asunto mientras siga incrustada esta camarilla en el poder.

La inconformidad no es de gratis.  Al final, la revolución no fue más que un festín de privilegios para un grupito, signado además por la irresponsabilidad administrativa y de gestión, el saqueo al erario público y el desborde del hampa.  Mientras unos viajan en aviones de PDVSA sin ningún tipo de control ni rendición de cuentas, en flagrante peculado de uso, el pueblo hace colas de madrugada para comprar gas y los pocos alimentos que se consiguen.  Son proezas conseguir champú, detergente, pañales, jabón.

La desconexión de la cúpula gobernante con la gente de carne y hueso es total, por eso la caída libre de su popularidad.  De más está decir que si más de 85% de la población está descontenta, en esa cifra caben no sólo los opositores de siempre sino también miles de ciudadanos decepcionados por el fraude que resultó ser el “primer presidente chavista”.

Hoy el cambio es un clamor popular.  La cola, el tiro, el “no hay”, el secuestro, el “dos por persona”, el “compré lo que había”, el atraco, el billete que cada día compra menos, el abuso, en fin, el desastre, son elementos de una absurda pesadilla que nuestra gente quiere dejar en el pasado, y frente a la cual sólo reciben como respuesta de arriba la excusa, la conspiración, la CIA, el imperio, la guerra económica, la burguesía, El Niño, la iguana.  Haga el sacrificio, por la revolución, le dicen.  Necesito su apoyo y lealtad, le exigen, mientras día a día se deteriora la calidad de vida y se reducen las oportunidades.  No más.

Los sectores democráticos debemos estar a la altura de las circunstancias.  La gravísima crisis que vivimos nos exige acompañar a los venezolanos en los problemas de verdad, en el reclamo, en la contraloría social, y proponer alternativas serias para lograr el cambio que requiere Venezuela.  Las rutas son diversas: unos plantean la Constituyente, otros el Congreso Ciudadano, otros más la revocatoria del mandato del presidente.  Todas son caminos válidos y, aunque hemos planteado ya la inconveniencia de algunos de ellos y los peligros que suponen frente a un régimen como este, debemos reconocer en la heterogeneidad del reclamo un valor y mantener claro el objetivo de lograr el cambio político.

Ahora, más allá de estas y otras propuestas hay un compromiso ineludible, prácticamente mañana: la elección de una nueva Asamblea Nacional.  Hacia allá debemos ir con el reto de transformar la inconformidad en una sólida mayoría que convierta lo que es hoy un adorno del poder en una herramienta poderosa para el cambio.  Un parlamento que represente a la gente.  Allí estará la medida del éxito o el fracaso de todo el que se diga político en el próximo año, en su capacidad de traducir el descontento en votos por el cambio.  Desde la Asamblea Nacional podremos darle voz a los que hoy no la tienen e impulsar una agenda de transformaciones profundas en lo político, económico y social, que nos permitan avanzar juntos hacia el progreso.

En medio de este panorama, preocupa la exacerbación de descalificaciones y divisiones entre demócratas.  Fracasaremos y le fallaremos al país si no enfocamos todas nuestras energías en salir de un régimen autocrático, represor, violador de los derechos humanos y que cada día nos hunde en la miseria producto del modelo fracasado que importaron de Cuba.

Hay mil luchas, de mil sectores distintos, a veces contrapuestos entre sí.  El mal gobierno no lo aguanta nadie.  Lamentablemente, esto lleva a veces al desbordamiento de las pasiones desde todas las trincheras, dejando heridas que tardarán en sanar si no se le pone reparo inmediato a la situación.  En esto, la víctima es siempre la gente, que ve a sus interlocutores en una pelea ajena y estéril.  En la lucha por la democracia y el progreso hay que superar las mezquindades, el sectarismo y el canibalismo político.  Sería miope y criminal pelearse por ser el “mejor segundo” o el primero de la oposición.  El país no perdonaría tamaña grosería.

El pueblo espera mucho de sus dirigentes en medio de esta crisis tan difícil: seriedad, lucha, responsabilidad, acompañamiento.  No lo defraudemos.  Venezuela nos necesita más unidos que nunca, mantengamos la vista en la pelota y luchemos juntos.

@danielfermin