Esta
semana varios sectores de Caracas amanecieron militarizados. Soldados, la mayoría muy jóvenes, colmaron
esquinas y aceras portando cascos y chalecos antibalas. Altaneros, detenían peatones para revisar sus
pertenencias. “¡Cédula!”, demandaba uno
a un anciano que salía del metro. Una decadente humillación que trascendía el
instante para, más allá, escenificar la tragedia de un país sometido nuevamente
a la bota y la cachucha.
La militarización
de las calles no es sino el desbordamiento de la militarización de la sociedad. El chavismo, a veces comunista, a veces
cristiano, otras socialista pero sobre todo y siempre militarista, lleva quince
años dándole la vuelta a este gigantesco barco llamado Venezuela para llevarlo
de nuevo al puerto de donde, para ellos, nunca debió salir: el de la tutela
militar. Después de todo, fueron más de
160 años de indiscutible mandato de camarillas.
Para ellos, la República Civil fue apenas un paréntesis, un breve
secuestro de la nave por parte de unos igualados que osaron profanar el sagrado
monopolio de los uniformados. El
problema, ahora ven, es que en esas décadas el pueblo no sólo probó el sabor
dulce de la libertad, sino que protagonizó, como nunca en los gobiernillos de
charreteras, la construcción de una patria de progreso, movilidad social,
bienestar y participación. Esa estadía corta
en las costas de la democracia bastó para que, de vuelta al mando de la mano
del mito y de las agendas de unos cuantos náufragos, se le haya hecho difícil a
la militarada la vuelta al pasado.
El
gobierno militar, y es militar uno que tiene como gobernadores, alcaldes,
ministros, embajadores, funcionarios de todo rango y burócratas a miembros de
la logia camuflada, ha arruinado a Venezuela.
Primero por su absoluta incapacidad al frente de la cosa pública, pero
también porque los intereses del pueblo nunca han sido el norte de esas
oligarquías. El país de las “mayores reservas del planeta” compra gasolina al maléfico
imperio del que se declara enemigo y no tiene ni siquiera gas para
cocinar. La escasez, el
desabastecimiento, la inflación y un paquetazo rojo que devaluó la vida de los
venezolanos, trituran la economía. El
gobierno, acostumbrado a tener en una mano el garrote y en otra la chequera, ha
pretendido aplicar la lógica militar a la economía: nombra estados mayores, da
órdenes al mercado, intimida a comerciantes, toma por enemigos a los que día a
día salen a poner a producir al país. Nada
funciona y la vida es cada vez más cara, las colas más largas y el peso de una
vida precaria es mayor.
Este
gobierno ha traído profunda vergüenza para nuestra Fuerza Armada. Humillada, se declara chavista en desfiles,
soporta la tutela cubana, se ve obligada a reprimir la protesta pacífica y a
actuar como perros de guerra. La fuerza
que otrora defendiera la soberanía de invasores y guerrilleros mira a otro lado
porque desde el poder les dicen que ahora los narcos son sus panas.
El
gobierno militar no ha podido meter en cintura a una Venezuela que reclama sus
derechos. Crece cada día el descontento,
y con él, la protesta. En los sectores
populares son cada día más los que se unen a la construcción de un gran
movimiento social por el cambio, pese a las amenazas de la gendarmería y de sus
secuaces paramilitares. Esa articulación
del descontento velará también por la reivindicación de la Fuerza Armada como
institución republicana al servicio un pueblo que advierte al poder que
Venezuela no es el cuartel de Maduro.
@danielfermin
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