Al
principio sonaba bonito. La llamaban “la
mejor del mundo” y decían que era necesaria y suficiente para cambiar el rumbo
de una nación. Le asignaron la tarea de
refundar la República y asegurarnos vida, trabajo, cultura, educación, justicia
social e igualdad. Esto, qué bonito
sonaba, “sin discriminación ni subordinación alguna”. Ella nos habló, ensalzada, del “Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia”, con “preeminencia de los
derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. Dibujó un “Estado Federal descentralizado” en
el que “la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo”. Prometían democracia, participación,
elección, descentralización, alternabilidad, responsabilidad, pluralismo.
Sabíamos
que algo iba mal cuando comenzaron a llamarla “bicha”. Por supuesto, era por cariño, decían. La verdad es que, rápidamente, se hizo
incómoda para un proyecto que jamás se pensó sometido a un esquema legal. Lo suyo combinaba lo tradicional del
militarismo con lo carismático del nuevo héroe, aquel que nos la había
presentado como carta de navegación compartida.
Entonces comenzaron a tratarla como bicha.
Se
llama Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En 1999 fue aprobada por la mayoría de los
que fueron a votar y recibida con entusiasmo por académicos por sus
“avances”. Desde el comienzo fue
pisoteada por el poder. Para la que se
hizo llamar inicialmente revolución “bolivariana”, ahora “socialista”, la
Constitución sólo es un formalismo hecho bajo la premisa ampliamente entendida
en estos lares de que el papel lo aguanta todo.
“Dentro
de la Constitución, todo. Fuera de ella,
nada”. Recordamos esa frase de manera
particular, porque lo hacemos siempre en el tono y voz del que la repetía ad nauseam mientras la violaba. En ello, se hacía patente lo cínico como
rasgo característico del chavismo.
“Estado Federal Descentralizado” se traducía en proceso de
recentralización y secuestro de competencias locales. “Pluralismo político” y “sin discriminación
ni subordinación” se encontraban, en la práctica, con un apartheid político sin
precedentes. “La soberanía reside en el
pueblo” quiere decir, como bien sabe el alcalde Scarano, que las togas rojas
valen más que la voluntad popular. “Derechos
humanos”, que lo digan los estudiantes, equivale a represión abierta.
El
régimen gobierna al margen de la misma Carta Magna que promovió. Cuando el mandamás, el de antes y el
suplente, se ha topado con alguna traba constitucional la salta olímpicamente o
cambia lo que le estorba. En la V
República, que de republicana no tiene nada, la Constitución es ornamental.
Lo
que sigue no es un chorrero de números sin sentido ni algún código extraño. Es,
a modo de conclusión, una larga lista de algunos de los artículos que son
sistemáticamente violados, ignorados y transgredidos por un gobierno que
concibe la ley con total discrecionalidad, para manipularla y aplicarla siempre
al “enemigo”, nunca a todos por igual.
Cualquiera con una edición de bolsillo, tan popular, de la bicha puede corroborarlo:
13; 16; 19; 21; 25; 26; 27; 29; 30; 31; 43; 46; 47; 48; 49; 52; 53; 55; 57; 58;
61; 63; 68; 82; 83; 84; 96; 97; 98; 103; 104; 112; 115; 116; 122; 138; 141;
143; 145; 150; 158; 164; 165; 167; 178; 179; 184; 185; 197; 199; 200; 201; 203;
232; 233; 254; 255; 256; 257; 261; 263; 264; 267; 268; 272; 273; 274; 281; 289;
291; 300; 305; 306; 308; 310; 311; 312; 313; 314; 320; 321; 324; 326; 327; 328;
330; 331; 333; 334; 345; 350.
@danielfermin
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