miércoles, 27 de agosto de 2014

La cárcel socialista (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

Decía Dostoievski que puede medirse el grado de civilización de una sociedad por el trato que da a sus presos.  Si esto es así y nos acogemos a esa categorización un tanto incómoda, no podemos sino concluir y lamentar que Venezuela posee un grado muy inferior.  Las cárceles venezolanas son el reflejo de lo más oscuro de nosotros, reducidas apenas a depósitos de infelices sin palanca y guarida de criminales de oficio.  En un país con 96% de impunidad, los que terminan tras las rejas suelen ser, invariablemente, lo uno o lo otro.
El tema penitenciario es un problema viejo, que se ha agudizado, como tantos otros, en revolución.  Constituye una verdadera tragedia en la que los reos cuentan por igual con el desprecio ciudadano y el desamparo del Estado, y cuya dinámica, lejos de ser regida por el orden institucional, se lleva por la ley del más fuerte.  A los más pobres, siempre los más afectados por esta y todas las tragedias, se les va la vida consiguiendo dinero para las vacunas que deben pagar a los mandamases de los penales, guardias e internos, para intentar garantizar la vida de sus familiares presos.  Son miles de bolívares para permanecer vivo, miles por un colchón, otros tantos para poder comer.  La cárcel es un negocio perverso bajo la mirada complaciente y la participación cómplice de los funcionarios del gobierno.
El 26 de julio de 2011 se publicó en Gaceta Oficial la creación del Ministerio del Poder Popular para el Servicio Penitenciario.  Hasta ese entonces, lo relativo a las cárceles dependía del Ministerio de Interior y Justicia, y el presidente Chávez, haciendo gala del fetichismo burocrático que tanto agrada a militares y comunistas, ofreció el nuevo despacho como solución definitiva al que se vio forzado a reconocer como un asunto de urgencia en el año doce de la revolución.  Como ministra designó a Iris Varela, pese a no tener formación alguna en el área. Por supuesto que no funcionó y desde 2011 hasta la fecha el problema ha recrudecido.
Las cárceles están militarizadas, pero los que mandan son otros.  La revolución vio nacer la figura del “pran” como jefe máximo de los recintos, que controla toda la dinámica social, los negocios y administra la violencia.  Estos pranes cuentan con una estructura, también burocratizada al estilo militar, con escalafones y funciones diferenciadas.  Llevan el sello “Hecho en socialismo”.
Nos mintieron al decir que con más burocracia y la creación de un nuevo ministerio resolverían un problema que no es de los presos, sino de toda la sociedad.  Según el Observatorio Venezolano de Prisiones, más de 1800 venezolanos perdieron la vida desde 2011 en las cárceles venezolanas.  ¿Dónde estaba la Guardia Nacional? La gran mayoría de estas muertes fue causada por armas de fuego.  La misma pregunta.  En total, más de 6 mil muertos, 16 mil heridos, un hacinamiento de casi 200% y la prevalencia del retardo procesal resumen la política penitenciaria de la revolución desde 1999.
“La revolución llegó a las cárceles”, decía el lema del flamante ministerio en los días de su creación.  Pues vaya que llegó y, lo mismo que afuera, dejó a su paso el dominio del caos y el imborrable rastro de la violencia.  Hay que cambiar radicalmente el modelo y eso incluye el modelo penitenciario.
¿Cuál es la cárcel que queremos? Una que ofrezca una oportunidad real para la reinserción social, con espacios para el trabajo, el estudio, el deporte, la recreación y la cultura.  Una cárcel signada por el respeto a los derechos humanos, a cargo de penitenciaristas profesionales.  Cárceles descentralizadas, como manda la Constitución.  Recintos desmilitarizados, con funcionarios formados en la materia que pongan fin al reinado del pranato que trafica drogas, planifica secuestros y asesina a mansalva.  Prisiones donde se reubique la población penal según criterios criminológicos.  Nuevas cárceles, porque hacen falta, y el reacondicionamiento de las existentes según los estándares internacionales.  Cárceles donde se priorice el debido proceso y se combata el retardo procesal que hoy gradúa a muchos jóvenes de malandros.  Instituciones que comprendan un proceso de acompañamiento al ex recluso para su vuelta a la vida ciudadana.
Todo esto es posible, pero no con este gobierno.  No creemos en la cárcel como solución a los problemas, pero sí en solucionar los problemas de la cárcel.  Debemos impulsar políticas de prevención y acometer las reformas en los cuerpos policiales, tribunales y fiscalía que nos permitan acabar con la impunidad.  Sin embargo, si no cambiamos la cárcel que tenemos, de poco servirá todo lo demás.
En la página web del MPPSP aparece, bajo la estampa de Hugo Chávez, el lema “hacia la mujer y el hombre nuevo”.  Tras 15 años de socialismo bolivariano sabemos lo que eso significa.  Lo mismo adentro que afuera, Venezuela necesita salir de la cárcel socialista.

@danielfermin

miércoles, 20 de agosto de 2014

La Patria está muy lejos (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

Isabel se acaba de graduar de bachiller.  Estudió en un colegio pequeño, de los más prestigiosos de Caracas.  Es una institución a la que asisten, hay que decirlo, niños y jóvenes que provienen de familias que hacen grandes esfuerzos por la educación de los suyos.  Privilegiados, sin duda.  Es un colegio bilingüe, pero no bicultural.  Es profundamente venezolanista.  En el transcurso de su escolaridad, sus alumnos conocen vivencialmente el llano, la Gran Sabana, oriente.  Hay festivales folclóricos, se vive lo nuestro con profundo orgullo y amor.  No es un colegio apátrida ni se ciñe al estereotipo del sifrinaje indiferente.

El día del acto fueron llamando, uno a uno, a los graduandos.  Treinta y ocho caminaron el pasillo mientras, desde un micrófono, se anunciaba lo típico: años en el colegio y carrera a cursar.  Los aplausos retumbaban a cada mención de las universidades nacionales.  Universidad Central de Venezuela, aplausos.  Universidad Simón Bolívar, aplausos.  ¿La razón? De los treinta y ocho, veintiséis se van a estudiar a ese gran abstracto que llamamos “afuera”.  España, Estados Unidos, Colombia, Australia.  También para ellos hubo aplausos, por supuesto, y en estos se mezclaba el reconocimiento al logro con la nostalgia de la partida, con el “no tendría por qué ser así”.  Los aplausos a la Ucab, a la UCV, a la Unimet, eran también un reconocimiento, ya no sólo al logro, sino a la valentía, al atrevimiento, y evidenciaban que quedarse en Venezuela es un acto de resignado heroísmo en tiempos de revolución.

La historia de Isabel no es nueva.  Es la historia de Bruno y de Gaby, ya de treinta y tantos, que se fueron hace años y que cuando vienen de visita o por alguna diligencia deben quedarse en hoteles o en casas de amigos porque, y no deja de impresionar, ya no les queda familia aquí, ya en Venezuela no tienen casa.  Es la historia de más de un millón de venezolanos que se fueron en un acto de fe, no a ver a Mickey, sino a buscar un futuro mejor.  Los que no se resignaron a graduarse de desempleados, a vivir arrimados, a ganar miseria.  Los que se rehusaron a vivir bajo el yugo de la violencia y a mendigar un cuartico de leche o una harina de maíz.   

Ellos, los que se van, no le están fallando a Venezuela.  A Venezuela le fallan los que desde el poder han destruido todo en medio de los ingresos más altos de la historia.  Al país le fallan los corruptos, que en nombre del socialismo saquean los recursos que deberían ir a elevar la calidad de vida de los más necesitados y encausar la sociedad hacia el progreso.  A Venezuela le fallaron los poderosos, con sus camionetas blindadas y su discurso de odio, que desde el gobierno nos hicieron retroceder más de cincuenta años.

Como decía Andrés Eloy Blanco en su “Soneto a Rómulo Gallegos”, y a pesar de la propaganda oficial, ya la Patria está muy lejos.  Lo está para los que se fueron, para el millón que en las calles de Santiago y en las ramblas de Barcelona siente por igual el desarraigo del no pertenecer, la inmerecida culpa del no estar, de no sufrir la lucha en carne propia, aunque sí que la sufren, son testimonio andante de ella.  Pero también la Patria se aleja para los que quedamos.  Una legua en cada cola, en cada lector biométrico que redunda en sofisticada libreta de racionamiento.  Otra más en cada secuestro, en cada abuso de poder.

Mientras, el gobierno arrecia y con él la imposición del Estado militar, la consolidación del atropello y el saqueo, siempre el saqueo.  No se enciende alarma alguna, más bien se dibujan sonrisas en el rostro de unos gobernantes que parecieran alegrarse ante el desmembramiento de la Patria.  Y ante la arremetida el miedo de tantos, de que las colas se tornen cupos, de que los pocos vuelos se tornen nulos.  Y cientos, miles, que no pierden las ganas y luchan contra el naufragio, no como los músicos del Titanic, sino como indómitos tercos de la resistencia, batallando a todo dar con todo en contra, rehusándose a la entrega del país, a la catástrofe definitiva.  No hay vida con este modelo, no hay futuro en revolución.  Por eso luchamos, día a día, barrio a barrio, en terreno desigual, contra la violencia y el chantaje.  Pero sí, cada vez la Patria está más lejos, secuestrada por el oprobio y la maldad.  Nuestro deber es sanarla, recomponerla, unirla, desde donde se esté, desde lo que se haga.  La vuelta a la Patria como sueño y proyecto de país.



@danielfermin

miércoles, 6 de agosto de 2014

El reto de convencer (Publicado en Tal Cual y RunRunes)



Venezuela atraviesa un momento crítico.  Los estudios de opinión confirman lo que se siente en la calle: estamos mal.  En un año de gobierno de Nicolás Maduro todo ha empeorado y, de manera atípica en una sociedad generalmente optimista, las encuestas señalan que la expectativa ciudadana es que el futuro será peor.  La economía, junto a la conflictividad política y social, tienen al pueblo contra la pared y 63% ubica claramente al Presidente como principal culpable del desastre, según Consultores 21.  Mas aún, 60% de los venezolanos afirman que el país que propone Maduro no se parece al país que ellos quieren.

El gobierno ha sufrido un desgaste brutal.  Lo vemos en nuestras comunidades populares, en los barrios que frecuentamos.  El modelo excluyente, chantajista e ineficiente se agotó el día en que el colapso de la economía hizo que el problema se instalara en la casa de la gente.  Ante este escenario cabría suponer un crecimiento sensible de los partidos de la MUD, pero no es así.  En un país profundamente polarizado la alternativa democrática no ha podido capitalizar la acelerada erosión de la popularidad del gobierno. 

Hay una crisis de conexión y de representatividad en la oposición que hace muy limitada la capacidad de conversión, es decir, de sumar voluntades a su proyecto político más allá de su base natural.  Por supuesto que en esto inciden factores que van más allá de la política.  En primer lugar, el cerco comunicacional ante la censura, la autocensura y la hegemonía oficial en radio, prensa y televisión.  En segundo lugar la crisis misma, que tiene a los ciudadanos rasguñando por la supervivencia entre colas y carencias, dejando poco espacio para los temas públicos.  También influye la violencia, guapa y apoyada, que hace que muchos prefieran no meterse en honduras.

Sin embargo, nos debe llamar a la reflexión el hecho de que, con el gobierno en su peor momento, y aún con un trabajo valioso, intenso y constante de calle por parte de los distintos factores de la Unidad, nos cueste tanto la conversión de quienes alguna vez creyeron en el proyecto del gobierno y de los independientes, a menudo despachados como ni-ni.  ¿Qué está pasando? Sin duda en Venezuela hoy impera un fenómeno de anomia que se traduce en desconfianza generalizada y caos que, por cierto, beneficia al oficialismo y hasta podría decirse que un caos por diseño, orientado a la desintegración del capital social y cuyo resultado más terrible es la instalación de un profundo sentimiento de desesperanza.

Para los sectores democráticos es fundamental construir un mensaje de cambio que apele a la gran mayoría de venezolanos que no se identifica con el gobierno y que aspire a convencer a los que todavía lo hacen.  En esto es clave que la Unidad explicite un proyecto alternativo de país que contraste con el Socialismo del Siglo XXI. 

Se trata de construir, con la gente, una cosmovisión basada en valores claros y que vaya más allá del terreno de las políticas públicas y de la mercadotecnia política.  Nuestra responsabilidad es rescatar la política como apostolado y labor pedagógica de la mano de un discurso profundamente democrático, republicano y popular, que apele al profundo sentimiento de unión y cambio del pueblo venezolano y encause las esperanzas de una sociedad agobiada.  El país está claro en que el gobierno fracasó.  Ahora nos toca a nosotros acompañar la denuncia de la propuesta y llevar a cada rincón de Venezuela esa visión alternativa con el reto de convencer.
@danielfermin