El Estado venezolano se parece muy poco al perfil que le dibuja la
Constitución. Como si se tratase de una oferta engañosa en los
clasificados de inmuebles y automóviles o en los sitios web para
encontrar parejas, el Estado se vende de una manera y resulta de otra,
radicalmente distinta y, hay que decirlo, inferior.
¿Qué dice la Constitución? Desde su adornado Preámbulo, el librito
azul habla de un “Estado de Justicia, federal y descentralizado, que
consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la
solidaridad, el bien común…”. El Artículo 2 describe un “Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia”, cuyos valores
fundamentales son “la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la
solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y… la preeminencia
de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.
El siguiente, el Artículo 3, define los fines esenciales del Estado
como “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su
dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la
construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de
la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de
los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta
Constitución”. 90-60-90. Como nuevo.
¿Para qué sirve hoy el Estado? Lejos de ceñirse a los preceptos
constitucionales, el Estado y sus instituciones están secuestrados por
las agendas personales y partidistas. Lo que hay es un Estado para la
acumulación y conservación de los privilegios, para la corrupción, el
peculado de uso y los negocios. La privatización del Estado como mina
personal, como hacienda de camarillas, para explotarla de la manera más
voraz y veloz posible, mientras dure.
Existe un Estado captivo del clientelismo en su forma más clásica.
Se trata de acceder al poder para engordar la nómina oficial con los
amigos y la familia, para “ayudar” a los colaboradores. Es llegar para
darle una trinchera financiera al partido, es la cuota, el diezmo para
agradecer y, sobre todo, para que nunca olviden los funcionarios que
están allí que se deben a un partido y que nada tienen que ver las
propuestas y cualidades personales de quien llegó a un cargo que
fácilmente podía haber ocupado otro. Ese es el dogma.
Tenemos un Estado para la persecución, para la revancha y para
sacarse espinas. Para ello montan gobiernos paralelos que superan en
presupuesto a los electos por voluntad popular, usan los órganos
legislativos para amenazar, chantajear, extorsionar. Politizan la
justicia, afilan la Contraloría como arma. Utilizan las instituciones
fiscales como policía política y los medios oficiales como tribunal.
Hay un Estado al servicio de la promoción personal, de la propaganda,
de la pantallería. Siempre pensando en el próximo paso, no de la
política pública ni del modelo de administración, sino del personaje que
ostenta el cargo. Es la campaña permanente, legado indiscutible de
Chávez. El proselitismo sustituyó a la política. ¿Cuándo trabajan?
¿Cuándo se encargan de todo lo que han prometido resolver si lo suyo es
la perpetua propaganda?
Esta concepción del Estado es muy grave porque deja de lado lo
realmente importante. En nada sirve a los intereses de la ciudad, del
país, a los problemas de la gente. Nada hace para encarar los enormes
desafíos que enfrentamos como Nación.
Asistimos al reemplazo del gobierno por la farándula política. Por
la más mínima nimiedad se hace un acto televisado y, muchas veces,
encadenado. Pintar una pared, barrer una calle, todo se convierte en
parte del reality show cuya finalidad es exaltar la personalidad
del hombre bueno que “no tiene asco de abrazar a uno los viejitos”, como
reza una cuña, y por cuya gracia (“suya de él”, no del Estado que
representa) la gente puede comer, leer, dormir, según sea el caso.
Este modelo de Estado es insostenible y nos desintegra como Nación.
Cada quien pendiente de su parcela, de acumular más y más. Crece así
lo sectario y lo faccionario frente a lo colectivo y lo compartido. Lo
que hace el gobierno nacional se reproduce aguas abajo y, así, el Estado
todo adopta una dinámica esquizofrénica que hunde al país más y más en
el pantano.
Los venezolanos comprometidos con el cambio debemos prestar atención a
estos asuntos de manera urgente. Si queremos que el cambio sea real,
verdadero, que vaya más allá de las caras y los colores de camisa, hay
que atender esta crisis y ponerle el cascabel al gato, aunque eso
signifique parar, en el momento del disfrute, los privilegios y demás
desviaciones de estar “en la buena”.
Tenemos que recuperar el foco de un Estado que ni es de justicia, ni
es federal ni es descentralizado, que nada hace por la paz, que lesiona
la libertad, que atenta contra el bien común y el derecho a la vida, al
trabajo, a la cultura, a la educación, a la igualdad y la justicia
social. Un Estado contrario a la democracia, al ordenamiento jurídico, a
los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Un Estado que
pisotea la dignidad humana, irrespeta la voluntad popular e incita a la
violencia. Un Estado antítesis de la prosperidad y del bienestar del
pueblo.
Rescatar ese Estado secuestrado es una condición ineludible para la
recuperación de la República y el avance del pueblo venezolano.
@danielfermin
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