Imaginemos por un momento a la Mesa de la Unidad Democrática, o a alguno de los partidos que la integran, anunciando la creación de batallones de milicias juveniles. Inmediata sería la persecución de las autoridades, con cárcel para los involucrados, allanamientos y denuncias de los voceros rojos censurando el terrorismo de la oposición. Es un ejercicio absurdo, pues en la alternativa democrática no hay lugar para ese tipo de propuestas, de claro corte fascista.
Sin embargo, ese es exactamente el anuncio que ha realizado el Partido Socialista Unido de Venezuela esta semana: la creación de batallones de milicias juveniles dentro del partido de gobierno, que conviertan a la juventud en “garantía de la continuidad de la lucha”, fortaleciendo la cacareada unión cívico-militar. Sabemos de sobra lo que esto significa: por un lado, la continuación de la tutela militar sobre la sociedad toda, rasgo omnipresente de este régimen; por otro, el desmoronamiento de la institucionalidad militar, sujeta ahora no sólo a tolerar, sino a formar grupos paramilitares al servicio de intereses particulares, en absoluta violación de la Constitución. Además, formar batallones de milicias como garantía de la continuidad de la lucha alerta sobre las intenciones del gobierno, acusando su desgaste y crisis de popularidad, de garantizar por vías distintas a la democrática, su permanencia en el poder.
Junto a estos batallones de milicias, el PSUV creará patrullas y brigadas juveniles. No faltarán las explicaciones y justificaciones que intenten despachar la terminología bélica como un simple recurso retórico, un simbolismo revolucionario. No obstante, lo cierto es que las palabras importan y el lenguaje también.
Cuando le dicen al pueblo venezolano que habrá brigadas, milicias, patrullas, no queda sino imaginar grupos armados en defensa del partido de gobierno, guapos y apoyados por las mismas instituciones que dicen promover iniciativas como el desarme voluntario a cambio de becas y motos. Mas aún, cuando le dicen a un chamo con franela roja que va a formar parte de una brigada, de una milicia, ¿qué puede sino imaginarse en un marco de lucha armada y del poder que traen los fusiles frente a los civiles desarmados?
El discurso alimenta la violencia. Así ha sido durante quince años de incitación al odio, a la división, al conflicto permanente y al enfrentamiento. Y cuando se acaba la cadena se ve en la calle el resultado: ataques a periodistas, a estudiantes, asesinatos que quedan impunes bajo una boina roja, como los de Génesis Carmona, Robert Redman, Bassil Da Costa y muchos más.
Nuestra juventud sufre más que ningún otro grupo social los embates de la violencia, de la falta de oportunidades, de la crisis de vivienda, del desempleo y el empleo precario. El gobierno, lejos de ofrecer oportunidades reales para el avance de los jóvenes, atenta directamente contra su potencial. El déficit de escuelas sigue intacto, el presupuesto para las universidades y la investigación es una burla, la juventud sigue siendo una generación de arrimados, los venezolanos que con mucho esfuerzo se forman afuera quedaron guindando por un gobierno cuyas prioridades están en La Habana y la Fórmula 1.
Como demócratas y progresistas, rechazamos la intención de militarizar la juventud venezolana y la permanente incitación a la violencia y al enfrentamiento de pueblo contra pueblo. Este modelo, fracasado una y mil veces, le falló a la juventud. Frente a ese fracaso, nuestra propuesta de una Venezuela libre, de avanzada, incluyente y de oportunidades, en la que los jóvenes, lejos de ser carne de cañón de experimentos fachos, sean los grandes reconstructores que conduzcan al país, finalmente, al Siglo XXI.
@danielfermin
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