Es
difícil imaginar la vida política nacional sin los estudiantes. Desde que en 1928 desafiaran con su ingenio,
valentía y creatividad a la dictadura gomecista, los estudiantes han ocupado
una tribuna importante en el tablero político.
Betancourt, Villalba, Caldera y tantos hombres y mujeres que cambiaron
el rumbo de una nación abriendo las puertas a la democracia, dieron sus
primeros pasos políticos en la universidad.
No
es sólo historia remota, basta con pasar revista al liderazgo actual: A ambos
lados del pasillo polarizado se encuentran ministros, diputados, alcaldes y
jefes de partidos políticos provenientes del movimiento estudiantil de las últimas
dos décadas. También hay casos menos
afortunados: en las filas de exiliados y presos políticos también figuran
líderes estudiantiles.
A 10
días de sus elecciones recorrimos la Universidad Central de Venezuela para
conversar con sus interlocutores sobre el rol del movimiento estudiantil y los
retos de la universidad de cara al futuro.
La ciudad universitaria no vive su mejor momento, hay que decirlo, y
contrastan los esfuerzos por restaurar su inigualable patrimonio artístico y
cultural con el deterioro general de sus instalaciones. La UCV se encuentra en pleno corazón de la
ciudad y su comunidad lleva con honra y orgullo el legado de la primera casa de
estudios del país. Es una universidad
“de verdad”, con laboratorios, talleres, grupos organizados de toda índole y vida
propia que no se limita al horario de clases.
La
campaña electoral comienza en cuatro días, pero ya es obvio el ambiente:
algunos juegan posición adelantada, colocando pancartas fuera del lapso (“eso
es impugnable”, nos dicen desde una plancha contraria), otros realizan
recorridos, exhibiciones, visitas salón por salón. Todos están agotados, llevan días sin dormir
y se les refleja en el rostro y en voces que están a punto de quedar afónicas. En la UCV se toman la actividad política en
serio, no están eligiendo al semanero y lo saben.
Subrayamos
la palabra “actividad”. Se planifican
conciertos y foros, se diseñan telas, se cuadran transportes para movilizarse
hacia las sedes del interior, se reservan espacios para la propaganda, se
buscan megáfonos, se hacen y deshacen alianzas.
Se siente la presencia de los partidos, bien sea por el vínculo directo
con los estudiantes o por el rechazo de otros aspirantes que la denuncian como
intervención. No hay unidad. Ese concepto extramuros que ha dominado la
política nacional en tiempos de polarización no aplica en un contexto donde el
oficialismo tiene muy pocas oportunidades de ganar. Aun así, los estudiantes echan el cuento
usando las mismas categorías: “Hay
cuatro de oposición”, cuentan. No lo ven
como un “mal ejemplo” para el resto del país, que este año asume el desafío de
unas elecciones parlamentarias en medio de una durísima crisis nacional. Tampoco pensamos que lo es. Se trata de la administración de una realidad
distinta en un contexto complejo. No es
MUD vs. Polo Patriótico, si bien existen fuerzas afines a ambas
tendencias. Tampoco es “La Salida” vs.
el diálogo, o como quiera llamársele.
Las alianzas responden a otros criterios, propios de la universidad, y
en las mismas propuestas se mezclan voces y caras pertenecientes a partidos y
organizaciones que, en el plano nacional, se suponen encontradas. En un momento se pensó que Sairam Rivas,
detenida durante 132 días en el SEBIN a raíz de los sucesos de febrero del año
pasado, sería la candidata “salidista”.
Hoy es una entre varias opciones y no falta quien sugiera que, después
de tanto sacrificio, “la dejaron sola”.
Entre
la diversidad sobresalen los consensos en cuanto al rol del movimiento
estudiantil. Sí, los dirigentes
universitarios deben volver la mirada un poco más hacia la universidad, pero
sin ignorar los problemas del país. Es
una visión madura, ajena a los “blanco o negro” y a los “todo o nada”.
Con
el alboroto de las guacamayas de fondo conversamos con Hasler Iglesias. Es estudiante de ingeniería y candidato a la
presidencia de la Federación de Centros Universitarios por Viva la U. Nos habla del rol histórico del movimiento
estudiantil, del acompañamiento a las luchas de la sociedad y la participación
en las transformaciones sociales que requiere Venezuela. Su compañero de fórmula y candidato a
presidente adjunto, Jorge Márquez Gaspar, es estudiante de economía y se enfoca
en la universidad como instrumento para el país posible y para la renovación. Joely Hernández, candidata al Consejo de
Escuela de Estudios Políticos y Administrativos por Impulso 10, concuerda: al
movimiento estudiantil le corresponde poner orden en casa, pero también
contribuir a la solución de los problemas y a unificar a la ciudadanía. Pedro Miguel Rojas, candidato a presidente de
la EPA, también por Impulso 10, va en la misma línea: un movimiento estudiantil
acorde a la realidad del país, cuya meta histórica es lograr una Venezuela
incluyente.
Los
retos de la Universidad como institución también son materia de consenso:
defender la autonomía, lograr un presupuesto justo, renovar las autoridades,
superar las deficiencias, elevar la calidad académica, empujar la renovación,
formar ciudadanía y generación de relevo, defender al país. Hay un sentido de urgencia, de la mano con
una sensación de asedio desde un gobierno nacional que pareciera ver en las
universidades (y en los universitarios) un enemigo.
Fuera
de la UCV compartimos con Daniel Yabrudy.
Viene de ser Presidente de la Federación de Centros de Estudiantes de la
Universidad Simón Bolívar y protagonista de primera línea de las protestas que
iniciaron el Día del Estudiante del año pasado.
Es estudiante de arquitectura, afable y sencillo, amante del hip hop y
la cultura de calle. No encaja en el
prototipo de politiquero acartonado o calculador. Aún se le recuerda sobre un camión-tarima
dirigiéndose a la multitud congregada con la fiel esperanza de un cambio. Daniel confirma que lo que se respira en la
UCV va más allá de la ciudad universitaria.
El movimiento estudiantil lo concibe como una agrupación de corte
social, enfocado en la lucha reivindicativa.
El valor de esa lucha la extiende, más allá de los estudiantes, a todos
los jóvenes y a su capacidad de alzar la voz y de entusiasmar y motivar con su
presencia en la calle.
Frente
a la amenaza del gobierno, defiende la autonomía. Ve a la universidad como un centro donde se
generan soluciones para el país, regido por la calidad y la excelencia. Reivindica también la Universidad como centro
de discusión política y para la transformación de la sociedad. No le da caspa admitir y celebrar la
participación de los partidos políticos en lo universitario y, mejor dicho,
plantea que hay estudiantes que pertenecen a los partidos políticos. Es una mejor manera que la abstracción de decir
que los partidos “se meten” en la universidad, como si se tratase de una
invasión ajena.
Hacia
el oeste se respira también el despertar de los estudiantes. En nuestra UCAB reaparecieron las manos
blancas en afiches y pintas, acompañadas de mensajes alusivos al cambio y a la
protesta. En el Aula Magna se han dado
ya asambleas para trazar objetivos y rutas.
Al otro extremo, al “este del este”, la Unimet muestra el mismo
movimiento.
“El
movimiento estudiantil va a seguir dándole la cara al país y va a seguir
estando en pie de lucha para lo que necesite la sociedad venezolana”, nos dice
decidida Joely. Y de eso se trata. En un momento de agudísima crisis, nadie
puede ceder al chantaje del ensimismamiento.
Se ha pronunciado la Iglesia, duramente, con críticas al modelo
socialista. Lo mismo los empresarios,
los trabajadores, la academia, los pocos productores que quedan. Hoy este movimiento, “los chamos”, como se
les dice en la calle, se colocan al frente del reclamo popular. Quieren un futuro mejor, no “para nuestros
hijos”, como reza el lugar común, sino para ellos y para todos los venezolanos. Y estos jóvenes en particular, los que
decidieron hacer política, en medio de amigos y familiares que se van del país
y de una represión sin cuartel que ya asoma el gobierno a escasos días del
aniversario de un dolorosísimo 12 de febrero, tienen el talante para luchar por
él.
Al
momento de terminar estas líneas, Daniel Yabrudy había sido detenido junto a
tres líderes estudiantiles y juveniles por la Guardia Nacional Bolivariana en
una cola del Bicentenario de Los Símbolos.
Se encontraba asistiendo a las personas, brindándoles un vaso de agua
con un mensaje de cambio y esperanza: “No te acostumbres, podemos vivir
mejor”. La intención de llevarlos al
SEBIN no se concretó dada la respuesta rápida de sus compañeros de causa y el
hecho de que, por ahora, hablar de esperanza en una cola no es delito ni el
agua es considerada un arma de guerra.
Ya libre, manifestó su voluntad
incólume de seguir luchando: “Si por decir en una cola que PODEMOS VIVIR MEJOR
nos quieren meter presos, salgamos a decirlo en cada cola a ver si nos meten
presos a TODOS”, tuiteó.
Ese
es el espíritu de la dirigencia estudiantil: solidario en las penurias, audaz
en el reclamo, rebelde en la acción,
inconforme con el presente y ambicioso en las expectativas. No se callan ante la situación que vive el
país y han aprendido las lecciones de años anteriores. El movimiento estudiantil va de nuevo a la
calle, le pertenece, comprometidos con la paz y la lucha histórica por la
transformación de Venezuela.
@danielfermin
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