Aterra la sensación de familiaridad de lo que está pasando en Venezuela. Esto ya lo habíamos vivido. En aquella ocasión, como en ésta, había motivos para protestar. En esta ocasión, como en aquélla, el descontento tomó las calles ante la prepotencia de un gobierno que desconoce a la mitad del país. El 22 de febrero salimos a exigir el cese de la represión, el desmantelamiento de los grupos paramilitares que posan como colectivos comunitarios y la liberación de todos los que han sido arbitrariamente detenidos por un gobierno represivo y autoritario. Al entrar en la avenida Francisco de Miranda retumbaban estrofas conocidas: "y decimos no/ a la violencia...". De tanto en tanto algunos coreaban consignas demasiado familiares: "este gobierno va a caer", "el que no estudie se parece a Nicolás". Esta vez no vimos a Orlando Urdaneta, pero sí a Belén Marrero en la tarima y la novedad de un profeta extranjero bajando línea cual versión pitonisa de Sun Tzu. Volvió la guarimba, volvió el "vete ya". Pero lo que más preocupa es que volvieron a generarse falsas expectativas en una parte de la población que está convencida de que trancando su propia calle va a generar el derrumbe del Gobierno.
Como ayer, la protesta es absolutamente legítima. La es la de los estudiantes, sometidos a vejaciones y sin prospecto de futuro; la de la juventud toda, principal víctima de la inseguridad, el desempleo y el déficit de viviendas; la del pueblo que se cansó del desabastecimiento, de la escasez, de una inflación que reduce a migajas su quince y último. La de un país de arraigo democrático que hoy ve indignado cómo estrangulan su libertad mientras pretenden ponerlo de rodillas a Cuba. El tema es que, como ayer, estamos ante un régimen inescrupuloso y violador de los derechos humanos al que no le importa la vida de los venezolanos. Nosotros sí debemos cuidar la vida de los que arriesgan el pellejo en las calles.
Ya esto lo habíamos vivido. Ayer, un liderazgo irresponsable se embriagó hablándole a las gradas y nos condujo al fortalecimiento del chavismo. Doce años le ha durado al Gobierno la excusa perfecta para justificar su ineficiencia y el fracaso de su modelo. Hoy buscan una reedición que les permita extender la justificación de la que se perfila como la peor crisis económica de los últimos veinte años.
El liderazgo hoy, afortunadamente, ha sido más responsable. Desde el movimiento estudiantil, hasta Henrique Capriles, han dejado claro que esta lucha es pacífica y han hecho llamados a no salirse de la ruta. Aun así, no falta quien promueva como acto de valentía barricadas, guarimbas y lucha frontal en condiciones desiguales con las fuerzas represivas y paramilitares. Es necesario comprender que no es lo mismo hacer algo que lograr algo. Lo primero se hace con cualquier cosa, lo segundo organizando desde lo social, junto a la gente. Es convencer, no imponer. Es organizar el descontento desde las bases, no crear falsas expectativas que jueguen con las ansias de cambio de la gente y que solo van a generar frustración y desmovilización. La protesta legítima debe continuar con objetivos claros y alcanzables, como ha planteado el movimiento estudiantil, y no con una agenda incierta de caos. Cuidado con atornillar en el poder a esos que queremos combatir. Después de todo, 2002 queda más lejos que 2016 y mucho más que 2019.
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