martes, 17 de marzo de 2015

Venezuela en cuatro bloques (Publicado en Tal Cual y RunRunes)



Aguantando la respiración.  Así andamos los venezolanos en medio de una crisis generalizada que se caracteriza por el desborde de la inflación, el desabastecimiento y la escasez.  Que nada se rompa, que nada se dañe, que nadie se caiga (sobre la crisis del sector salud podríamos escribir bibliotecas enteras).  Hoy la precariedad y la vulnerabilidad son cruces que cargamos a cuestas los venezolanos comunes y corrientes.

Cualquier imprevisto es un golpe.  Los repuestos de automóviles no escapan, por supuesto, a esta realidad, y cualquier metida al taller implica no sólo la incertidumbre de una fecha de entrega sujeta a la intercesión de santos patronos de repuestos inencontrables, sino la del precio final de unos productos que, precisamente por ser escasos, cuando aparecen son incomprables.  Para el que trabaja con su carro, o el que gracias a su carro puede trabajar en puntos apartados de la ciudad, una falla mecánica puede ser la diferencia entre poder hacer mercado o no, entre comer o no.

Particularmente grave es el problema de los cauchos.  El “no hay”, consigna real, aunque no oficial, de la economía revolucionaria, también domina la actividad cauchera.  El drama para cualquier hijo de vecino comienza cuando se percata de que, caramba, a un caucho le falta aire.  Manejando con cautela, se acerca tempranito a la estación de servicio más cercana, donde le dicen que, qué va, a esa hora no hay aire porque no ha llegado el muchacho, venga más tarde.  Accidéntese en horario ejecutivo.

Si sigue a otra bomba, se percata de que existe un patrón.  A la tercera estación se rinde, en ninguna hay aire.  Estación de ¿servicio? Se estaciona y pasa las horas angustiado por un caucho que está ya casi en el piso.  Cuando sale, va, ahora con más cautela, a otra bomba, donde se da cuenta de que no es cuestión de horario ni de personal.  Las bombas de gasolina ya no tienen aire.  Hasta ese punto llegó el “no hay”.

Se dirige entonces a una cauchera.  En la primera, pareciera mamadera de gallo, ¡no tienen aire! Se dañó el compresor y, naturalmente, no hay repuestos.  Piensa en los puestos de trabajo, en un negocio abierto que no sabe bien cómo funciona sin aire, como panadería sin harina.  Afortunadamente, al lado hay otra cauchera.  Se estaciona, ya preocupado porque ni el caucho de repuesto puede colocar en lugar de este que se ha antojado de dañarse.  Recuerda que, precisamente, el de repuesto está allí porque estaba ya malo para rodar.  Cosas de nuestra vialidad urbana.

En esta cauchera corre con suerte.  Aire hay.  Lo que no hay son cauchos.  O, bueno, hay promoción de cauchos con rines, salen en 72 mil los cuatro, le dicen.  Pero cauchos, cauchos, así solos, no hay.  Sí, él tampoco lo entiende mucho.  Está convencido de que un arreglo así debe ser ilegal.  También sabe que no debe ser negocio para el dueño vender un caucho solo.  Recuerda la ira que le ha producido en el pasado aquel absurdo de que en las areperas no te vendan la popular “viuda”, la arepa sola, aunque la lógica debe ser la misma.  Ira con hambre, la del peor tipo.

Pone cara de poker, como si el precio no lo timbrara, como si fuera algo accesible, pagable en cómodas cuotas o con el ras de un tarjetazo.  Le da la propina al señor que, gentilmente, insufló vida al caucho malo y a otro que va por el mismo camino.  Y así va, ya más curtido a la hora de repetir la rutina, a más tardar en dos o tres días, cuando se vacíe el caucho que difícilmente puede ahora remplazar.

La odisea del caucho no es caso aislado.  Está bien documentado el porque.  El rubro no ha recibido dólares, por lo cual la producción de neumáticos cayó a la mitad este año.  De 21 mil 500 unidades que salían de Goodyear, Pirelli y Firestone, hoy no llegan a 11 mil entre las tres.  El ministro de Transporte Terrestre anuncia unas divisas para la importación a las que nunca se les ve la cara.  Paga, como siempre, la gente. 

No es caso aislado, decíamos.  Situaciones análogas hay con los alimentos, los medicamentos, los repuestos, los insumos médicos.  Es una crisis general, producto del fracaso de políticas económicas trucutú y de la incapacidad del gobierno para recibir las críticas y rectificar el camino.

Los ciudadanos, los que sufrimos la crisis, tenemos el poder de cambiar esto en nuestras manos.  Nos intentarán convencer de lo contrario, sembrando desesperanza, indignación y temor para que sintamos que no, que no hay nada que hacer.  Pero somos los venezolanos, los que sufrimos la odisea del caucho, de la farmacia, del mercado, de la violencia, día tras día, los que poseemos la oportunidad de manifestar nuestro deseo de cambio de manera clara y contundente este mismo año, en apenas pocos meses. 

Hablamos, por supuesto, de las elecciones a la Asamblea Nacional.  Allí tendremos todos los ciudadanos un escenario para decir “ya basta” a un régimen de abuso y corruptela que no supo, en dieciséis años, conducir el país.  En las elecciones parlamentarias, la participación activa de cada venezolano humillado, injuriado, angustiado, será clave para enderezar el rumbo.  Con el voto, cada venezolano que aguanta hoy la respiración en la más extrema de las vulnerabilidades podrá exhalar profundo, con la satisfacción de sumar a la causa de que esto cambie y castigar a la oligarquía malandra que mientras saquea los recursos del pueblo ha dejado a Venezuela en cuatro bloques.

@danielfermin

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