Aguantando la respiración.
Así andamos los venezolanos en medio de una crisis generalizada que se
caracteriza por el desborde de la inflación, el desabastecimiento y la
escasez. Que nada se rompa, que nada se
dañe, que nadie se caiga (sobre la crisis del sector salud podríamos escribir
bibliotecas enteras). Hoy la precariedad
y la vulnerabilidad son cruces que cargamos a cuestas los venezolanos comunes y
corrientes.
Cualquier imprevisto es un golpe.
Los repuestos de automóviles no escapan, por supuesto, a esta realidad, y
cualquier metida al taller implica no sólo la incertidumbre de una fecha de
entrega sujeta a la intercesión de santos patronos de repuestos inencontrables,
sino la del precio final de unos productos que, precisamente por ser escasos,
cuando aparecen son incomprables. Para
el que trabaja con su carro, o el que gracias a su carro puede trabajar en
puntos apartados de la ciudad, una falla mecánica puede ser la diferencia entre
poder hacer mercado o no, entre comer o no.
Particularmente grave es el problema de los cauchos. El “no hay”, consigna real, aunque no oficial,
de la economía revolucionaria, también domina la actividad cauchera. El drama para cualquier hijo de vecino
comienza cuando se percata de que, caramba, a un caucho le falta aire. Manejando con cautela, se acerca tempranito a
la estación de servicio más cercana, donde le dicen que, qué va, a esa hora no
hay aire porque no ha llegado el muchacho, venga más tarde. Accidéntese en horario ejecutivo.
Si sigue a otra bomba, se percata de que existe un patrón. A la tercera estación se rinde, en ninguna
hay aire. Estación de ¿servicio? Se
estaciona y pasa las horas angustiado por un caucho que está ya casi en el
piso. Cuando sale, va, ahora con más
cautela, a otra bomba, donde se da cuenta de que no es cuestión de horario ni
de personal. Las bombas de gasolina ya
no tienen aire. Hasta ese punto llegó el
“no hay”.
Se dirige entonces a una cauchera.
En la primera, pareciera mamadera de gallo, ¡no tienen aire! Se dañó el
compresor y, naturalmente, no hay repuestos.
Piensa en los puestos de trabajo, en un negocio abierto que no sabe bien
cómo funciona sin aire, como panadería sin harina. Afortunadamente, al lado hay otra cauchera. Se estaciona, ya preocupado porque ni el
caucho de repuesto puede colocar en lugar de este que se ha antojado de
dañarse. Recuerda que, precisamente, el
de repuesto está allí porque estaba ya malo para rodar. Cosas de nuestra vialidad urbana.
En esta cauchera corre con suerte.
Aire hay. Lo que no hay son
cauchos. O, bueno, hay promoción de
cauchos con rines, salen en 72 mil los cuatro, le dicen. Pero cauchos, cauchos, así solos, no
hay. Sí, él tampoco lo entiende
mucho. Está convencido de que un arreglo
así debe ser ilegal. También sabe que no
debe ser negocio para el dueño vender un caucho solo. Recuerda la ira que le ha producido en el
pasado aquel absurdo de que en las areperas no te vendan la popular “viuda”, la
arepa sola, aunque la lógica debe ser la misma.
Ira con hambre, la del peor tipo.
Pone cara de poker, como si el precio no lo timbrara, como si
fuera algo accesible, pagable en cómodas cuotas o con el ras de un
tarjetazo. Le da la propina al señor
que, gentilmente, insufló vida al caucho malo y a otro que va por el mismo
camino. Y así va, ya más curtido a la
hora de repetir la rutina, a más tardar en dos o tres días, cuando se vacíe el
caucho que difícilmente puede ahora remplazar.
La odisea del caucho no es caso aislado. Está bien documentado
el porque. El rubro no ha recibido
dólares, por lo cual la producción de neumáticos cayó a la mitad este año. De 21 mil 500 unidades que salían de Goodyear,
Pirelli y Firestone, hoy no llegan a 11 mil entre las tres. El ministro de Transporte Terrestre anuncia
unas divisas para la importación a las que nunca se les ve la cara. Paga, como siempre, la gente.
No es caso aislado, decíamos.
Situaciones análogas hay con los alimentos, los medicamentos, los
repuestos, los insumos médicos. Es una
crisis general, producto del fracaso de políticas económicas trucutú y de la
incapacidad del gobierno para recibir las críticas y rectificar el camino.
Los ciudadanos, los que sufrimos la crisis, tenemos el poder de
cambiar esto en nuestras manos. Nos
intentarán convencer de lo contrario, sembrando desesperanza, indignación y
temor para que sintamos que no, que no hay nada que hacer. Pero somos los venezolanos, los que sufrimos
la odisea del caucho, de la farmacia, del mercado, de la violencia, día tras
día, los que poseemos la oportunidad de manifestar nuestro deseo de cambio de
manera clara y contundente este mismo año, en apenas pocos meses.
Hablamos, por supuesto, de las elecciones a la Asamblea
Nacional. Allí tendremos todos los
ciudadanos un escenario para decir “ya basta” a un régimen de abuso y
corruptela que no supo, en dieciséis años, conducir el país. En las elecciones parlamentarias, la
participación activa de cada venezolano humillado, injuriado, angustiado, será
clave para enderezar el rumbo. Con el
voto, cada venezolano que aguanta hoy la respiración en la más extrema de las
vulnerabilidades podrá exhalar profundo, con la satisfacción de sumar a la
causa de que esto cambie y castigar a la oligarquía malandra que mientras
saquea los recursos del pueblo ha dejado a Venezuela en cuatro bloques.
@danielfermin
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