¿Se agotó el modelo de partidos? A muchos les gustaría hincarle el
diente a esta pregunta. Unos, sin duda,
para legitimar la cruzada antipartidos y antipolítica. Otros, para defender los intereses de sus organizaciones,
presentándolas como insustituibles y fundamentales para el desarrollo del
país. Estos últimos dirán, como ya es
lugar común, que “sin partidos no hay democracia”.
Creo en los partidos políticos.
Milito en uno y por tres generaciones mi familia ha militado, como lo
han hecho millones de venezolanos, en partidos organizados. Creer en los partidos es hacer causa común
por lo público y lo colectivo. Creer en
los partidos es también preocuparse por sus crisis y pasarse por preguntas como
la que abrió estas líneas.
Para nadie es un secreto que los partidos no son los grupos más
queridos de la sociedad. Los del
gobierno se desmoronan en la medida en que, además de la popularidad del
gobierno, se derrumba la maquinaria clientelar que los hizo posibles. Los de la oposición no parecen capitalizar
por completo el creciente descontento.
Mientras 80% de las personas se declaran inconformes, los simpatizantes
de las toldas políticas de la MUD no pasan del 20%.
De modo que existe un país en el medio, expectante, renuente a
depositar su confianza en los partidos.
Por supuesto, en esto influye el descrédito de la actividad política,
tenida por muchos como una suerte de lepra social a la cual no conviene ni
acercarse y espantada con ese mantra necio de “yo no me meto en política, si no
trabajo no como” que vaya usted a saber quién inventó. Pero hay otras razones, endógenas al sistema
de partidos y a los partidos mismos, que vale la pena analizar a la hora de ver
por qué, pareciera, que se ha apagado la luz de los partidos como herramienta
de participación, representación y transformación social.
Una sobre simplificación de los planteamientos de Duverger,
Sartori y otros autores nos dice que los partidos se organizan con tres fines u
objetivos: la conquista y ejercicio del poder; la formación de la voluntad
política del pueblo; y la intermediación entre el sistema social y el sistema
político. Por otra parte, a los partidos
se les imprimen, también, tres capacidades: la electoral, en la que presentan candidatos,
hacen campaña, buscan y cuidan votos; la gubernamental, en la que presentan
equipos, ideas y programas; y la innovadora, en la que los partidos ofrecen
gente nueva e ideas nuevas.
Una radiografía de los fines y de las capacidades de los partidos
es un buen punto de partida para analizar su situación. Comenzando por los fines, lo primero que se
ve es una hipertrofia del primer punto, en detrimento de los dos
restantes. Es decir, pareciera que la
conquista y ejercicio del poder (esencial para cualquier partido, no son las
Carmelitas Descalzas) concentra la atención de nuestras organizaciones, dejando
de lado, sin embargo, lo relativo a la formación de voluntad política y, sobre
todo, lesionando la capacidad de los partidos para convertirse en
intermediarios válidos de la sociedad.
Esto no puede ser desestimado. Si
la gente no se está identificando con los partidos, nuestra apuesta es que
tiene bastante que ver con esto último.
Si observamos las capacidades, se ve un plano similar. Los partidos han amaestrado el tema
electoral, imposible no hacerlo en un país que lleva a cabo elecciones todos
los años. Por eso, son expertos buscando
y cuidando votos, presentando candidatos, haciendo campaña. En eso, están en su salsa. Los déficit vienen en la capacidad para
ejercer el gobierno una vez ganadas las elecciones y en la capacidad de
innovar.
Vamos por partes. Decir que
los partidos no están desarrollando plenamente sus capacidades en el gobierno tiene que ver con las
perversiones del sistema en los tiempos que corren. En general, salvo partidos y funcionarios que
se empeñan en nadar contra la corriente, lo que vemos son partidos sirviéndose
del poder y utilizando el poder para garantizar, en los términos más
ordinarios, su subsistencia. Sincerar
las cosas y volver al financiamiento público de la política sería un paso en la
dirección correcta para que los partidos devuelvan la mirada hacia la gestión
como prioridad, una vez en el gobierno.
En cuanto a la capacidad de innovación, basta pasar revista. No se trata de “caras nuevas”, por el mero
hecho de cambiar a Pedro por Juan o a María por Petra, sino, más que todo, de
las “ideas nuevas”. ¿Dónde está la
cosmovisión política de los partidos? ¿Qué le dicen al país de cara a los retos
de hoy y mañana? No hablamos de un choricero de políticas públicas ni de
proyectos de leyes, sino del proyecto país de nuestras organizaciones, de eso
que algunos, despectivamente, llaman “filosofía”, por no decir otra cosa. De nuevo, esto también es fundamental para
pasar de franquicias electorales a la construcción de partidos fuertes, con
identidad arraigada y colectiva, que sean participativos, modernos y encarnen un
sueño compartido de país, algo por lo que valga la pena involucrarse,
arriesgarse y luchar.
Puede que sea lugar común, pero también es verdad: “no hay
democracia sin partidos”. La aparición
de los partidos políticos representó un avance gigantesco en una sociedad
acostumbrada a la cachucha, la bota y el fusil.
De su mano, Venezuela inició su período de mayor desarrollo y
modernización. También de mayor justicia
y avance social. Los partidos vinieron a
relevar al personalismo, aunque tengamos, en la actualidad, el contrasentido de
algunos partidos que son esencialmente personalistas. Hoy, la realidad signa cantidad de desafíos
para los partidos, que deben adaptarse a los cambios y encontrar nuevas maneras
de interpretar a unas sociedades caracterizadas por la emergencia de nuevas
formas de organización social, de comunicación y de distintas expectativas
sociales e individuales. El partido
entendido como club de amigos, corporación de intereses económicos, plataforma
personalista o leviatán del clientelismo, no es el que va a abrirle finalmente las
puertas del Siglo XXI a Venezuela.
En nuestros partidos, en todos, abunda la gente honesta y trabajadora. Miles de personas llenas de mística, que se
exponen a los peligros de una actividad malquerida y malagradecida con la
esperanza de conducir a este barco tan golpeado por las tempestades del modelo
político y económico a mejor puerto. Con
ellos es, también, la deuda. Nadie desea
más el cambio y el fortalecimiento de los partidos que ese pueblo que milita en
sus bases. Es su justo reclamo.
Partidos fuertes, sanos, populares, modernos, con visiones claras
de cara al futuro son imprescindibles para la construcción del país que viene y
la superación del lastre militarista-autoritario. De que nuestros partidos asuman una profunda
reflexión que los lleve a revisar sus cometidos y capacidades para alinearlas
con lo que espera la sociedad dependerá la respuesta a la interrogante que
hemos planteado como título de este artículo.
Sólo cuando ello se emprenda de manera seria y con el cuidado debido
lograremos que la sociedad se sienta nuevamente interpretada por las
organizaciones políticas y podremos decir plenamente, desde adentro y desde
afuera, que es la hora de los partidos.
@danielfermin
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