Al
final no dijo nada sobre cómo reactivar la producción, reducir la inflación y
combatir la escasez. Ya antes había
hecho otro acto, también en cadena, en el que el país se quedó esperando un
sacudón que, como tantas veces, terminó siendo el anuncio de un anuncio por
venir. En esta segunda edición, Nicolás
Maduro se vio forzado a pronunciarse como respuesta a una crisis inocultable
que tiene al país entero contra las cuerdas.
Es la peor de la historia reciente, producto del fracaso de un modelo
hecho para el control político y social, que hace súbditos de los ciudadanos, al
servicio de la maquinaria estatal y de los poderosos.
¿Qué
dijo el presidente? En primer lugar pidió una revolución económica “para
garantizar la estabilidad del país”, la misma que acabó la revolución tras
quince años de caos e incertidumbre por diseño.
Propuso poner el Estado en manos del pueblo, y ya la propaganda oficial
nos ha hecho saber en vallas, radio y televisión, quién es el fulano “pueblo”
al que se refiere. Volvieron los
enroques y dividió los cambios en cinco grandes revoluciones dentro de la
revolución. Va más de una hora de cadena
y aún los venezolanos no saben cómo el gobierno va a devolver los productos a
los anaqueles y aliviar el costo de la vida.
Veamos
con detenimiento las cinco revoluciones.
La primera, la revolución económica, habla de cambios productivos para
lograr la Venezuela potencia, de la necesidad de diversificar la economía y de
promover las exportaciones. Dicen una
cosa y hacen otra. Hoy, producto de la
revolución, Venezuela no produce nada excepto petróleo, y de este cada vez
menos; dependemos más que nunca de la industria petrolera, por culpa de un
gobierno que ha desoído una y mil veces el reclamo de la diversificación. No es la primera vez que hablan de hacerlo,
porque suena bonito, correcto, pero es mentira.
La promoción de las exportaciones es un chiste. ¿Exportar qué? Además,
recordamos bien que apenas la semana pasada el gobierno anunciaba la
prohibición de exportar más de 20 rubros.
Ese
era el plato fuerte. Tal vez deba llevar
signos de interrogación. Analicemos las
otras revoluciones. La revolución del
conocimiento dice centrarse en la ciencia, la tecnología y la cultura,
precisamente las primeras sacrificadas en revolución. Pregúntenle a los investigadores de nuestros
institutos científicos y a los promotores culturales. La tercera revolución es la de las misiones
sociales, con el propósito de integrarlas.
Para nadie es un secreto que la mayoría está inoperante, el problema no
es de integración. La revolución
política del Estado, la cuarta que propuso, repite aquello de acercar el poder
al pueblo (recordemos quién monopoliza el término en las vallas de nuestras
carreteras) y, finalmente, la revolución del socialismo territorial enciende
una y mil alarmas, ya que busca profundizar el modelo comunal (comunista) que
viola la Constitución y promover el ecosocialismo, chiste cruel que trae
recuerdos del derrame petrolero en el Guarapiche y la instalación de
concreteras en las áreas verdes de Caracas.
Desvarió
sobre economía, vendiendo la tarjeta de racionamiento electrónica como un
“premio al pueblo”. Lo desprecia. Dijo que el captahuellas de racionamiento
tiene apoyo popular, cuando más de 83% lo rechaza, de acuerdo a un flash de
Hercon.
Va
más de hora y media y no hay rectificación ni cambio de rumbo. Crea ahora los Consejos Presidenciales de
Gobierno Popular. Más burocracia, es un
fetiche insoportable ya del militarismo rojo.
Apunta, dice, a la participación de las comunas y los movimientos
sociales de mujeres, juventud, trabajadores, pueblos indígenas, campesinos y
pescadores y sectores culturales. Estos
consejos tendrán, no faltaba más, “estructura de mando”. El fetichismo de la burocracia en función,
así lo dijo, de “tener patria definitivamente”.
Pensé que ya la teníamos.
¿Número
de ministerios antes del sacudón? 32.
¿Después? Al menos 25, más 6 nuevas vicepresidencias y una Autoridad
Única de Trámites y Permisología, sin contar los viceministerios. Enroques y fusiones dejan intacta la
estructura amorfa, fofa y sobredimensionada del Estado. Chávez vive, en PDVSA. Ramírez viajará.
Habla
Maduro de herencias del Estado burgués.
La verdad es que la herencia es de Chávez, que inició reclamando en 1999
que 14 ministerios eran demasiados y terminó rompiendo récords y llevándolos a
32, con 107 viceministerios. Sigue
Maduro, ahora llamando a la “sencillez, humildad y honestidad” de sus
ministros. Sin comentarios.
Fueron
tres horas y tres minutos. Los
venezolanos nos quedamos esperando en vano.
Hoy seguirán las colas, mañana la escasez, pasado el
desabastecimiento. La angustia por
conseguir útiles escolares para el inicio de clases y regalos para
diciembre. Por la leche, el aceite, la
harina, el jabón. Llegó Cuba, sin
intención de irse, no mientras ellos gobiernen.
Nada sobre inflación, escasez, producción. Nada sobre el BCV y su infame secreto
sumarial que, lejos de cubrir la crisis, la confirma. Siguen tapando el fracaso del modelo, la
corrupción que enriqueció grotescamente a la camarilla roja y verde oliva
mientras la canasta básica supera el ingreso familiar de los comunes.
Insultan
la inteligencia del venezolano, le dicen que el bodeguero que tiene 10 latas de
leche es el culpable de que no se consiga, mientras patrocinan el negocio
pesado de los peces gordos: contrabando, narcotráfico, empresas de maletín,
contratos chimbos. No dictó medidas
económicas, se hace el ciego a la crisis, que inevitablemente va a
empeorar. No hay cambio, apuesta por
radicalizar y profundizar el modelo fallido.
Al final, paga el pueblo las fechorías de una pandilla que no merece
gobernar. Pero no por hacerse el sordo
desaparece la crisis, la tragedia de 30 millones, un descontento que hierve en
cada cola bajo el sol y supura con cada “no hay” en la farmacia, con cada abuso
y atropello, con cada nota de sucesos.
Paga el pueblo, pero lo va a cobrar.
Al final, el sacudón se lo daremos los venezolanos a tanta podredumbre.
@danielfermin
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