Las
identidades políticas han cambiado radicalmente en los últimos quince
años. La polarización exacerbada ha
causado que gobierno y oposición, más que casillas circunstanciales, se
conviertan en etiquetas de autodefinición política. Esta categorización de las simpatías resulta
incompleta y artificial, la realidad es mucho más compleja. No todos los inconformes con el gobierno son de
oposición, y no todos los que se oponen al gobierno lo hacen por las mismas
razones.
Vale
recordar, sí, algunos puntos centrales que compartimos los que adversamos al poder.
Nos oponemos a un gobierno que promueve la división, el odio y la discriminación. Hacemos oposición a un régimen de muerte que
ha enterrado a más de 200 mil víctimas de la violencia en medio de total
impunidad y apología del delito. Nos
oponemos a un modelo económico fracasado que quebró el aparato productivo
nacional y acabó con la economía del país.
Somos oposición a un régimen antidemocrático, militarista y violador de
los derechos humanos.
Extraña,
entonces, cierto empeño de algunos actores de oposición en reproducir las prácticas
del gobierno. Ojo por ojo, fuego con
fuego. Esa es la lógica de quienes,
frustrados con sobradas razones por la situación grave del país, buscan cómo reaccionar. Al discurso de odio responden con más
odio. Del liderazgo espera comportamientos
que rayan en la imitación roja. A los
excesos de las fuerzas represivas responden, no pocas veces, pisando el peine
de la violencia. La puesta en práctica
de los valores democráticos la dejan “para después”, para “cuando pase esto”
porque, desde su perspectiva, con esta gente no se pueden aplicar.
Quienes
nos oponemos a los desmanes del gobierno debemos encarnar auténticamente el
cambio. No se trata de sustituir un
proyecto excluyente por otro. No es
cambiar de manos el garrote ni los instrumentos de dominación. Mucho menos es bregar por la instauración de
un “chavismo azul”. Se trata de ser verdaderamente distintos al proyecto que
criticamos. Distintos al odio, a la
destrucción, al atropello, a la división.
El momento de demostrar nuestros valores es ahora. Los tan citados ejemplos de Mandela y Gandhi
no pueden quedar para las efemérides. De
ellos, como de tantos otros, debemos aprender el valor de ser distintos en
circunstancias de extrema injusticia, desespero y calamidad.
Pasar
de oposición a alternativa implica convertirnos en el estandarte de la
Venezuela que queremos. Es asumir la
democracia como práctica, sin asteriscos ni excepciones. Lejos de imitar al chavismo, nuestra lucha
debe diferenciarse del desastre que nos ha dejado este modelo fallido. Atrevámonos a promover y defender esa Venezuela
distinta que soñamos, una en la que cabemos todos, sin distinciones ni
chantajes, donde reine una justicia que pase por el combate a la impunidad y la
lucha contra la pobreza. Valoremos en
nuestro liderazgo, no cuánto pueda gritar para ponerse al nivel del contrario,
sino su ponderación para enfocarse en brindar soluciones a los problemas reales
del pueblo. Promovamos, sin complejos,
un modelo económico en el que la participación de los particulares sea
protagónica, con plena confianza y respeto a la propiedad privada, que impulse
de manera definitiva la producción nacional y la diversificación de la
economía. Rechacemos la violencia. Basta de jugar en el tablero rojo, hallemos
el valor de ser distintos para lograr una Venezuela de solidaridad, esperanza,
progreso, paz y reconciliación.
@danielfermin
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