El descontento es prácticamente unánime. Las últimas encuestas sólo
confirman lo que se siente en cada esquina, en la parada, en el vagón
del metro: la gente está cansada de pasar tanta necesidad, el país va de
mal en peor y la culpa es del gobierno de Nicolás Maduro. Datanálisis
ofrece la fotografía más reciente: 85,7% de los venezolanos perciben
como negativa la situación del país. Tras un año y siete meses de un
gobierno que prometió “eficiencia o nada”, nada hay en los anaqueles,
nada hacen para combatir la violencia y la impunidad, nada baja de
precio sino todo lo contrario, nada que se le ve compón al asunto
mientras siga incrustada esta camarilla en el poder.
La inconformidad no es de gratis. Al final, la revolución no fue más
que un festín de privilegios para un grupito, signado además por la
irresponsabilidad administrativa y de gestión, el saqueo al erario
público y el desborde del hampa. Mientras unos viajan en aviones de
PDVSA sin ningún tipo de control ni rendición de cuentas, en flagrante
peculado de uso, el pueblo hace colas de madrugada para comprar gas y
los pocos alimentos que se consiguen. Son proezas conseguir champú,
detergente, pañales, jabón.
La desconexión de la cúpula gobernante con la gente de carne y hueso
es total, por eso la caída libre de su popularidad. De más está decir
que si más de 85% de la población está descontenta, en esa cifra caben
no sólo los opositores de siempre sino también miles de ciudadanos
decepcionados por el fraude que resultó ser el “primer presidente
chavista”.
Hoy el cambio es un clamor popular. La cola, el tiro, el “no hay”,
el secuestro, el “dos por persona”, el “compré lo que había”, el atraco,
el billete que cada día compra menos, el abuso, en fin, el desastre,
son elementos de una absurda pesadilla que nuestra gente quiere dejar en
el pasado, y frente a la cual sólo reciben como respuesta de arriba la
excusa, la conspiración, la CIA, el imperio, la guerra económica, la
burguesía, El Niño, la iguana. Haga el sacrificio, por la revolución,
le dicen. Necesito su apoyo y lealtad, le exigen, mientras día a día se
deteriora la calidad de vida y se reducen las oportunidades. No más.
Los sectores democráticos debemos estar a la altura de las
circunstancias. La gravísima crisis que vivimos nos exige acompañar a
los venezolanos en los problemas de verdad, en el reclamo, en la
contraloría social, y proponer alternativas serias para lograr el cambio
que requiere Venezuela. Las rutas son diversas: unos plantean la
Constituyente, otros el Congreso Ciudadano, otros más la revocatoria del
mandato del presidente. Todas son caminos válidos y, aunque hemos
planteado ya la inconveniencia de algunos de ellos y los peligros que
suponen frente a un régimen como este, debemos reconocer en la
heterogeneidad del reclamo un valor y mantener claro el objetivo de
lograr el cambio político.
Ahora, más allá de estas y otras propuestas hay un compromiso
ineludible, prácticamente mañana: la elección de una nueva Asamblea
Nacional. Hacia allá debemos ir con el reto de transformar la
inconformidad en una sólida mayoría que convierta lo que es hoy un
adorno del poder en una herramienta poderosa para el cambio. Un
parlamento que represente a la gente. Allí estará la medida del éxito o
el fracaso de todo el que se diga político en el próximo año, en su
capacidad de traducir el descontento en votos por el cambio. Desde la
Asamblea Nacional podremos darle voz a los que hoy no la tienen e
impulsar una agenda de transformaciones profundas en lo político,
económico y social, que nos permitan avanzar juntos hacia el progreso.
En medio de este panorama, preocupa la exacerbación de
descalificaciones y divisiones entre demócratas. Fracasaremos y le
fallaremos al país si no enfocamos todas nuestras energías en salir de
un régimen autocrático, represor, violador de los derechos humanos y que
cada día nos hunde en la miseria producto del modelo fracasado que
importaron de Cuba.
Hay mil luchas, de mil sectores distintos, a veces contrapuestos
entre sí. El mal gobierno no lo aguanta nadie. Lamentablemente, esto
lleva a veces al desbordamiento de las pasiones desde todas las
trincheras, dejando heridas que tardarán en sanar si no se le pone
reparo inmediato a la situación. En esto, la víctima es siempre la
gente, que ve a sus interlocutores en una pelea ajena y estéril. En la
lucha por la democracia y el progreso hay que superar las mezquindades,
el sectarismo y el canibalismo político. Sería miope y criminal
pelearse por ser el “mejor segundo” o el primero de la oposición. El
país no perdonaría tamaña grosería.
El pueblo espera mucho de sus dirigentes en medio de esta crisis tan
difícil: seriedad, lucha, responsabilidad, acompañamiento. No lo
defraudemos. Venezuela nos necesita más unidos que nunca, mantengamos
la vista en la pelota y luchemos juntos.
@danielfermin
No hay comentarios:
Publicar un comentario