viernes, 30 de enero de 2015

El gobierno está cruzando la raya amarilla (Publicado en Tal Cual y RunRunes)

Tiene que pensárselo muy bien el gobierno.  Ante la crisis que produjo su desastrosa política económica y el modelo obsoleto que la sustenta, el régimen se ha visto muy presto a pasar el punto de no retorno en su procura de la dominación total de una ciudadanía inconforme, descontenta y desesperada por conseguir los bienes más básicos para la supervivencia.

Las ciudades están militarizadas, ya los soldados y sus armas largas son parte del paisaje cotidiano en plazas, avenidas y esquinas.  La Guardia está presente con equipos antimotines en las largas colas para comprar comida, medicinas y pañales.  El CICPC hace labores de inteligencia en las filas.  Los colectivos armados marcan a la gente y están pendientes de que no haya quejadera ni alboroto. 

No es algo nuevo.  La institucionalidad democrática se encuentra maltrecha desde mucho antes de esta coyuntura.  El chavismo trabajó expresamente para desmontarla.  Con ella, desmontados quedaron también los derechos de la gente: la libertad de expresión, la información oportuna y veraz, el derecho a la manifestación pacífica, a la protesta.  Pare usted de contar.  Sin embargo, lo que ocurre hoy acerca al gobierno más y más a la raya amarilla, a esa que separa su condición de régimen híbrido a la de franco autoritarismo y dictadura. 

No es muy gruesa la línea, o al menos el gobierno lleva rato pisándola y no le queda más que un filón por cruzar.  Basta recordar la lista Tascón, el cierre de medios, la persecución a líderes políticos, las graves violaciones a los derechos humanos, los pistoleros, los grupos irregulares guapos y apoyados.  Todo esto y más los ha traído al borde.  Hoy parecieran salivar desde el poder ante el prospecto de emprender la marcha hacia un sitio del cual no podrán ya devolverse.  No faltará alguno, o muchos, que azucen a los altos funcionarios en ese sentido, vendiendo la necesidad de derrotar al “enemigo” y salvar la revolución.

Así, recrudece la arbitrariedad.  Jóvenes son encarcelados por llevar mensajes pacíficos a las personas en las colas, violando los derechos más elementales.  Protestar no es delito, salvo en dictadura.  El alcalde de la capital ha creado un territorio en el que sólo tienen derecho algunos, los suyos, y los demás, la inmensa mayoría de caraqueños cansados del fracaso gubernamental, son amenazados con la violencia oficial y paramilitar.  “Patriotas cooperantes”, ese infeliz rótulo con el que describen hoy a los sapos, denuncian a todo aquel que se atreva a ventilar su justo reclamo.

Lo más grave lo constituye la resolución 008610 del Ministerio de la Defensa, que autoriza el uso de armas mortales contra las protestas.  Un pisotón más a una raya amarilla que a duras penas se deja ver bajo la bota militar.  Esta resolución no tiene lugar en el mundo de hoy.  Viola flagrantemente la Constitución en su artículo 68 y todos los estándares internacionales en derechos humanos.  Si la intención es intimidar o meterle miedo a las personas para que no protesten, juega con fuego el gobierno, que ignora (¿ignora?) que puede servir de incentivo (otro más) para que militares y paramilitares se excedan creyéndose, acertadamente, con luz verde y carta blanca para actuar. 

Todo esto contrasta con la evidente ausencia del gobierno, y de su fulana mano dura, en los asuntos del día a día relativos a la seguridad ciudadana y el orden público.  Mientras mandan a los “Robocop” a las colas, redactan resoluciones antidemocráticas y promueven el control gubernamental sobre todos los aspectos de la vida, en Caracas manda el hampa.  La militarización de la ciudad no ha frenado en lo más mínimo el avance de la criminalidad y la violencia.  En las líneas de mototaxi, en pleno corazón de la ciudad, toman cerveza al lado de un puesto de la GNB sin que pase nada.   En la calle, los buhoneros venden productos regulados exorbitantemente por encima del precio fijado a comerciantes y empresarios legalmente constituidos, en la cara de las autoridades militares sin que nada suceda.  Gandolas cruzan todas las noches prese a (¿debido a?) un cierre de fronteras, contrabandeando gasolina y alimentos.  Tampoco pasa nada.  En los barrios de Caracas despiden a los malandros con plomo trancado de nueve horas seguidas y no hay gobierno.  Invasores y colectivos se caen a tiros en pleno centro.  Nada.  Mientras tanto, el narcotráfico penetra al gobierno hasta los tuétanos y la población sigue de su cuenta.

Con la Constitución en la mano, debemos enfrentar las intenciones de un régimen que está hambriento por terminar de cruzar la raya amarilla hacia el abismo de la barbarie.  A los que, para tapar sus fracasos, vienen con la amenaza de la violencia porque se saben minoría hay que ponerles un parao en bloque, como pueblo hastiado de tanta miseria, de tanta mentira y corrupción, de la impunidad y el odio.  Para ello debemos convocar a la Unidad Nacional.  Una unidad más allá de la oposición, que aglomere al descontento unánime y enfrente las pretensiones de los que pretenden chantajearnos con el miedo y la fuerza de las armas.  Sólo así, llegándole a ese país del medio que ve la realidad actual como un desastre pero que aún no ve alternativa, podremos hacerlos retroceder y articular los cambios que requiere urgentemente nuestro país.  En la calle, en el reclamo popular, en el escenario electoral, hoy es imperativo lograr una alianza amplia del pueblo todo contra un gobierno que, por el poder y los privilegios, es capaz de cruzar cualquier raya.

@danielfermin

"Es engañoso decir que la gente hace feliz su cola" (Entrevista en El Diario de Los Andes)

Sociólogo: Las colas se convierten en un fenómeno social
“Es engañoso decir que la gente hace feliz su cola”
En San Cristóbal es común las colas por todas partes
Gráficas: DLA
Un fenómeno social y político considera el sociólogo Piñango las colas que están haciendo los venezolanos, dice que es real la preocupación de muchos de un estallido social. Mientras que Fermín, también sociólogo, considera falso que la gente se resigna y está feliz haciendo colas 26/01/2015
Judith Valderrama.-
Llegar a estas enormes colas, es para el sociólogo Daniel Fermín una situación advertida por empresarios, productores, trabajadores, académicos y la oposición, dice que  el Gobierno no oyó los planteamientos. “Llegó el momento para casi todo el mundo de hacer la cola, no hacerla significa ir al mercado negro de alimentos donde los productos son muy caros. Hay una realidad dramática, se está hablando de una escasez vital de muchos productos, alimentos y medicina”.
Afirma el especialista que nadie está feliz de hacer largas colas de hasta 12 y más horas para comprar sus alimentos: “Es absurdo. La gente siente una gran indignación y lo reflejan las mediciones de opinión, por eso el Gobierno es altamente impopular por las decisiones que toma y las que no se ha decidido a tomar. Es engañoso decir que la gente hace feliz su cola, es que tiene que hacer la cola porque no le ofrecen otra opción”.
-¿Hay gente que en las colas manifiesta estar resignada?
-“Hay que recordar cuáles son los elementos externos de cómo reacciona la gente en público. Para este momento, en Caracas se han llevado detenidas a 13 personas por manifestar su descontento en la cola. No es casual que los cuerpos de seguridad estén en las colas, incluso cuerpos de seguridad haciendo labor de inteligencia, se ha llegado al punto de que tomar una foto es criminal. Pero hacer la cola no está reñido con la realidad, lo que pasa es que no hay opción”.
La gente de este país, sostiene Fermín que no ve normal hacer una cola, porque antes no era así, a su juicio lo que se vive hoy no es consecuencia de una guerra económica: “La gente sabe, conocen que es consecuencia de una pésima política económica y está signado por el dogma y no por lo que conviene a los venezolanos que están profundamente descontentos con la realidad”.

Renunciar a la normalidad
Las colas se han convertido en un “microcosmos de protestas, donde se expresa la desesperanza”, es la opinión del sociólogo venezolano Ramón Piñango, profesor del Instituto de Estudios Superiores de Administración –Idesa-.
La situación, afirma, está expresando dos fenómenos críticos de la sociedad. “Vivimos en un mundo de incertidumbre creciente que ya se va convirtiendo en una desconfianza mutua de la población en general hacia quienes gobiernan, porque el Gobierno dice que hay de todo, pero el ciudadano desconfía porque sale y no consigue de todo”.
“La cola o la fila es un fenómeno social con repercusión política importante”. 

Cuidado con la violencia
A criterio del sociólogo Daniel Fermín es responsabilidad del Gobierno evitar la violencia que puede generar el descontento, y afirma que silenciar a la gente no es garantía, que la garantía la da atender a la gente.

http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiasecundaria&id=7288

jueves, 22 de enero de 2015

Polítika de Calle #02: Movimiento Estudiantil: lucha histórica por la transformación (Publicado en PolítiKa Ucab)

Es difícil imaginar la vida política nacional sin los estudiantes.  Desde que en 1928 desafiaran con su ingenio, valentía y creatividad a la dictadura gomecista, los estudiantes han ocupado una tribuna importante en el tablero político.  Betancourt, Villalba, Caldera y tantos hombres y mujeres que cambiaron el rumbo de una nación abriendo las puertas a la democracia, dieron sus primeros pasos políticos en la universidad. 

No es sólo historia remota, basta con pasar revista al liderazgo actual: A ambos lados del pasillo polarizado se encuentran ministros, diputados, alcaldes y jefes de partidos políticos provenientes del movimiento estudiantil de las últimas dos décadas.  También hay casos menos afortunados: en las filas de exiliados y presos políticos también figuran líderes estudiantiles.

A 10 días de sus elecciones recorrimos la Universidad Central de Venezuela para conversar con sus interlocutores sobre el rol del movimiento estudiantil y los retos de la universidad de cara al futuro.  La ciudad universitaria no vive su mejor momento, hay que decirlo, y contrastan los esfuerzos por restaurar su inigualable patrimonio artístico y cultural con el deterioro general de sus instalaciones.  La UCV se encuentra en pleno corazón de la ciudad y su comunidad lleva con honra y orgullo el legado de la primera casa de estudios del país.  Es una universidad “de verdad”, con laboratorios, talleres, grupos organizados de toda índole y vida propia que no se limita al horario de clases.

La campaña electoral comienza en cuatro días, pero ya es obvio el ambiente: algunos juegan posición adelantada, colocando pancartas fuera del lapso (“eso es impugnable”, nos dicen desde una plancha contraria), otros realizan recorridos, exhibiciones, visitas salón por salón.  Todos están agotados, llevan días sin dormir y se les refleja en el rostro y en voces que están a punto de quedar afónicas.  En la UCV se toman la actividad política en serio, no están eligiendo al semanero y lo saben.

Subrayamos la palabra “actividad”.  Se planifican conciertos y foros, se diseñan telas, se cuadran transportes para movilizarse hacia las sedes del interior, se reservan espacios para la propaganda, se buscan megáfonos, se hacen y deshacen alianzas.  Se siente la presencia de los partidos, bien sea por el vínculo directo con los estudiantes o por el rechazo de otros aspirantes que la denuncian como intervención.  No hay unidad.  Ese concepto extramuros que ha dominado la política nacional en tiempos de polarización no aplica en un contexto donde el oficialismo tiene muy pocas oportunidades de ganar.  Aun así, los estudiantes echan el cuento usando las mismas categorías:  “Hay cuatro de oposición”, cuentan.  No lo ven como un “mal ejemplo” para el resto del país, que este año asume el desafío de unas elecciones parlamentarias en medio de una durísima crisis nacional.  Tampoco pensamos que lo es.  Se trata de la administración de una realidad distinta en un contexto complejo.  No es MUD vs. Polo Patriótico, si bien existen fuerzas afines a ambas tendencias.  Tampoco es “La Salida” vs. el diálogo, o como quiera llamársele.  Las alianzas responden a otros criterios, propios de la universidad, y en las mismas propuestas se mezclan voces y caras pertenecientes a partidos y organizaciones que, en el plano nacional, se suponen encontradas.  En un momento se pensó que Sairam Rivas, detenida durante 132 días en el SEBIN a raíz de los sucesos de febrero del año pasado, sería la candidata “salidista”.  Hoy es una entre varias opciones y no falta quien sugiera que, después de tanto sacrificio, “la dejaron sola”.

Entre la diversidad sobresalen los consensos en cuanto al rol del movimiento estudiantil.  Sí, los dirigentes universitarios deben volver la mirada un poco más hacia la universidad, pero sin ignorar los problemas del país.  Es una visión madura, ajena a los “blanco o negro” y a los “todo o nada”. 

Con el alboroto de las guacamayas de fondo conversamos con Hasler Iglesias.  Es estudiante de ingeniería y candidato a la presidencia de la Federación de Centros Universitarios por Viva la U.  Nos habla del rol histórico del movimiento estudiantil, del acompañamiento a las luchas de la sociedad y la participación en las transformaciones sociales que requiere Venezuela.  Su compañero de fórmula y candidato a presidente adjunto, Jorge Márquez Gaspar, es estudiante de economía y se enfoca en la universidad como instrumento para el país posible y para la renovación.  Joely Hernández, candidata al Consejo de Escuela de Estudios Políticos y Administrativos por Impulso 10, concuerda: al movimiento estudiantil le corresponde poner orden en casa, pero también contribuir a la solución de los problemas y a unificar a la ciudadanía.  Pedro Miguel Rojas, candidato a presidente de la EPA, también por Impulso 10, va en la misma línea: un movimiento estudiantil acorde a la realidad del país, cuya meta histórica es lograr una Venezuela incluyente.

Los retos de la Universidad como institución también son materia de consenso: defender la autonomía, lograr un presupuesto justo, renovar las autoridades, superar las deficiencias, elevar la calidad académica, empujar la renovación, formar ciudadanía y generación de relevo, defender al país.  Hay un sentido de urgencia, de la mano con una sensación de asedio desde un gobierno nacional que pareciera ver en las universidades (y en los universitarios) un enemigo.

Fuera de la UCV compartimos con Daniel Yabrudy.  Viene de ser Presidente de la Federación de Centros de Estudiantes de la Universidad Simón Bolívar y protagonista de primera línea de las protestas que iniciaron el Día del Estudiante del año pasado.  Es estudiante de arquitectura, afable y sencillo, amante del hip hop y la cultura de calle.  No encaja en el prototipo de politiquero acartonado o calculador.  Aún se le recuerda sobre un camión-tarima dirigiéndose a la multitud congregada con la fiel esperanza de un cambio.  Daniel confirma que lo que se respira en la UCV va más allá de la ciudad universitaria.  El movimiento estudiantil lo concibe como una agrupación de corte social, enfocado en la lucha reivindicativa.  El valor de esa lucha la extiende, más allá de los estudiantes, a todos los jóvenes y a su capacidad de alzar la voz y de entusiasmar y motivar con su presencia en la calle.

Frente a la amenaza del gobierno, defiende la autonomía.  Ve a la universidad como un centro donde se generan soluciones para el país, regido por la calidad y la excelencia.  Reivindica también la Universidad como centro de discusión política y para la transformación de la sociedad.  No le da caspa admitir y celebrar la participación de los partidos políticos en lo universitario y, mejor dicho, plantea que hay estudiantes que pertenecen a los partidos políticos.  Es una mejor manera que la abstracción de decir que los partidos “se meten” en la universidad, como si se tratase de una invasión ajena.

Hacia el oeste se respira también el despertar de los estudiantes.  En nuestra UCAB reaparecieron las manos blancas en afiches y pintas, acompañadas de mensajes alusivos al cambio y a la protesta.  En el Aula Magna se han dado ya asambleas para trazar objetivos y rutas.  Al otro extremo, al “este del este”, la Unimet muestra el mismo movimiento.

“El movimiento estudiantil va a seguir dándole la cara al país y va a seguir estando en pie de lucha para lo que necesite la sociedad venezolana”, nos dice decidida Joely.  Y de eso se trata.  En un momento de agudísima crisis, nadie puede ceder al chantaje del ensimismamiento.  Se ha pronunciado la Iglesia, duramente, con críticas al modelo socialista.  Lo mismo los empresarios, los trabajadores, la academia, los pocos productores que quedan.  Hoy este movimiento, “los chamos”, como se les dice en la calle, se colocan al frente del reclamo popular.  Quieren un futuro mejor, no “para nuestros hijos”, como reza el lugar común, sino para ellos y para todos los venezolanos.  Y estos jóvenes en particular, los que decidieron hacer política, en medio de amigos y familiares que se van del país y de una represión sin cuartel que ya asoma el gobierno a escasos días del aniversario de un dolorosísimo 12 de febrero, tienen el talante para luchar por él. 

Al momento de terminar estas líneas, Daniel Yabrudy había sido detenido junto a tres líderes estudiantiles y juveniles por la Guardia Nacional Bolivariana en una cola del Bicentenario de Los Símbolos.  Se encontraba asistiendo a las personas, brindándoles un vaso de agua con un mensaje de cambio y esperanza: “No te acostumbres, podemos vivir mejor”.  La intención de llevarlos al SEBIN no se concretó dada la respuesta rápida de sus compañeros de causa y el hecho de que, por ahora, hablar de esperanza en una cola no es delito ni el agua es considerada un arma de guerra.  Ya libre,  manifestó su voluntad incólume de seguir luchando: “Si por decir en una cola que PODEMOS VIVIR MEJOR nos quieren meter presos, salgamos a decirlo en cada cola a ver si nos meten presos a TODOS”, tuiteó. 


Ese es el espíritu de la dirigencia estudiantil: solidario en las penurias, audaz en el reclamo,  rebelde en la acción, inconforme con el presente y ambicioso en las expectativas.  No se callan ante la situación que vive el país y han aprendido las lecciones de años anteriores.  El movimiento estudiantil va de nuevo a la calle, le pertenece, comprometidos con la paz y la lucha histórica por la transformación de Venezuela.



@danielfermin

martes, 20 de enero de 2015

La muletilla cultural (Publicado en Tal Cual y RunRunes)




¿Por qué estamos como estamos? Los venezolanos pareciéramos estar obsesionados con responder esta pregunta.  Hay en nosotros, como pueblo, una profunda preocupación por comprender lo que nos pasa y, más específicamente, por encontrar motivos, razones o culpables a nuestras penurias.  En esto, el sospechoso habitual termina siendo, en muchísimas oportunidades, la cultura.

Unos dicen que somos así porque a esta tierra de gracia llegaron unos españoles vagabundos en búsqueda de riqueza, en contraste con los nobilísimos hombres de familia que llegaban al norte desde Inglaterra.  Otros hablan de un rancho que tiene la gente en la cabeza.  Unos más proponen que este clima tan plácido nos tiene a todos pasmados y hace imposible la planificación del trabajo.  No falta quien arguya que es la cercanía al mar la que nos pone en un estado contemplativo que nos lleva al chinchorro en vez de a la fábrica.  Todos estos son mitos, por supuesto, pero que refuerzan la idea de una raza impura, mal hecha, con defectos de fábrica imposibles de superar.

Ante los hechos recientes de un 2015 que arranca en la cola, sin productos, con un régimen que va ya desnudo en su incompetencia y espíritu represivo, se multiplican las preguntas. “¿Por qué estamos como estamos?”, y vuelve con fuerza la muletilla cultural: somos como animales, capaces de caernos a golpes por una bolsa de detergente; la gente haciendo su cola feliz y no pasa nada.  Culpa de los españoles sinvergüenzas que vinieron acá buscando oro, no como los distinguidos gentlemen que fueron a echar raíces con sus familias por allá arriba, donde se vive bien.

Desde este espacio quiero denunciar ese determinismo cultural como una peligrosísima estafa.  Aterra la muletilla de la cultura, entre otras cosas, porque conduce al fatalismo.  Ese fatalismo ha sido el sustento sociológico que alimenta tesis como la de la tutela militar, aún vivita y coleando, y la de un Estado que trata a sus ciudadanos como niños.  Por eso, porque esta gente fue hecha de barro piche, porque “el problema de esta tierra tan bella es esa gente tan fea”, se necesita un hombre fuerte, el gendarme necesario, que ponga en cintura a un pueblo que sólo sabe de bochinche.  Por eso, porque es una muchedumbre inmadura que no sabe pensar por sí misma, no se vende caña los domingos, no vaya a ser que lleguen borrachos al trabajo el lunes o ni se molesten en llegar.  Mas aún, por eso lo importante se decide a puerta cerrada, en petit comité, entre la rosquita ilustrada que, aún no sabemos cómo, sorteó el defecto de fábrica caribeño.

Sin duda la cultura tiene un peso en la vida social, eso es innegable.  Los venezolanos somos distintos a los noruegos, tanto como los bolivianos a los canadienses o los surafricanos a los argentinos.  Lo cultural es importantísimo para comprender a los pueblos.  Sin embargo, el determinismo cultural deforma y pervierte la realidad, el contexto y la historia.  Ver a través de esos lentes da una visión borrosa e inexacta.  Como pasa cuando se camina con lentes equivocados, andar con esos cristales puede ser bastante peligroso.
Una mejor explicación a nuestro problema, sin duda más aburrida que la del mito cultural, se encuentra en lo institucional.  El acelerado debilitamiento de la institucionalidad en los últimos 20 años ha dejado a la gente de su cuenta, y los resultados están a la vista.  No hay un marco estable de reglas claras: lo que valía ayer no vale hoy y lo cambiarán mañana.  Mucho menos esas reglas aplican para todos por igual.  Quizás por eso los venezolanos sabemos que es muy distinto lo que dice el letrero, lo que indica el papel, a cómo son en verdad las cosas.  Es el estacionamiento donde, dirigidos por el parquero, se paran todos los días los vehículos bajo el cartel de “no estacione aquí”; son los cerros de bolsas apiladas en la pared del “prohibido botar basura en este lugar”.  Valga la caricatura para ilustrar que nuestra incertidumbre, nuestra permanente manía de volver a empezar de cero, nuestro acostumbrado caos y las crisis que vivimos suelen tener mucho más que ver con una institucionalidad maltrecha que con la procedencia de nuestros tátara abuelos.

La gente no se cae a golpes en la cola porque aquí no hay invierno.  Lo hace ante un desespero profundo, producto de la política equivocada y criminal de un gobierno pésimo y corrompido.  Nos comemos la luz porque podemos, igual que el malandro roba o mata porque puede, porque sabe que nada va a pasar, que las instituciones encargadas (policía, Fiscalía, tribunales, prisiones) no andan pendientes de sus fechorías.  Olvídense de la severidad del castigo si no hay siquiera certeza del castigo.  Eso no es cultural, no es una gente que “no tiene remedio”, es un grave déficit institucional por acción y omisión de este pasticho Estado-gobierno-partido que ostenta el poder.  No, la culpa de la cola, de la violencia, de la crisis económica no es de nuestros antepasados ni, como dice la autoflagelación popular, “de uno mismo” ni de una gente “mala” que acapara, especula y raspa cupos, sino del gobierno y de las personas, con nombre y apellido, que están al frente de su pésima conducción.

Fortalecer las instituciones con reglas claras y para todos es un mejor remedio que la muletilla cultural para muchos de los males que nos aquejan: el personalismo, la corrupción, el caos, la impunidad, la anomia, la pérdida dl vínculo social.  Enterrar el mito de una cultura que nos condena a vivir mal nos permitirá avanzar hacia la comprensión real de nuestro problema y, en consecuencia, hacia la superación de prejuicios y la construcción de una realidad distinta, donde podamos progresar sin importar si en estas tierras hace frío o calor.

@danielfermin