miércoles, 30 de abril de 2014

Retos de la educación en Venezuela (Publicado en El Universal)

La educación ocupa por estos días un lugar central en el debate público.  La polémica sobre la resolución 058, la Ley Orgánica de Educación y la Consulta Nacional por la Calidad Educativa ha catapultado el tema educativo a las primeras planas de los periódicos, en medio de muchísima confusión.  Que se esté hablando tanto de educación es una buena noticia para un tema que, pese a su importancia para el desarrollo del país y afectar directamente a todos los venezolanos, suele estar enterrado debajo de otros más “noticiosos”. 

Esta conversación nos permite exponer el estado actual de la educación en Venezuela.  Lo primero que hay que destacar es que enfrenta una crisis gravísima.  Nuestra escuela es pobre y de mala calidad, posee un currículo atiborrado por un criterio enciclopédico que resulta poco útil y entorpece el aprendizaje integral.  Su infraestructura es insuficiente y está en mal estado.  Sus docentes son escasos, mal pagados y subvalorados.  Es un sistema que expulsa prematuramente a los jóvenes de las aulas ante una oferta poco atractiva y escasa, el bajo retorno de la educación y los altísimos costos de oportunidad.  El resultado es dramático: hoy la educación incide menos en el éxito de la vida adulta que las condiciones de origen.

El sistema educativo está raspado en sus tareas básicas: no es un vehículo para el aprendizaje integral, no prepara adecuadamente a los jóvenes para la vida productiva ni ciudadana y tampoco para la prosecución de estudios superiores.  No cumple con la Constitución en su Artículo 103 en cuanto a garantizar calidad e igualdad de condiciones y oportunidades, tampoco con el Artículo 104 en cuanto a la estabilidad y actualización de los docentes.  Contraviene el Artículo 103 y la LOE en su Artículo 14 en cuanto a que la educación se fundamenta en el respeto a todas las corrientes del pensamiento.  Las que sí cumple el sistema educativo son las funciones de reproducción social, que perpetúan las desigualdades de origen, y sus funciones distributivas como institución de selección social, que estratifican la calidad y hacen que los pobres reciban una educación que es, también, pobre.

Estos son retos que debemos enfrentar para transformar la educación en una verdadera herramienta para el desarrollo.  Esto implica descentralizar el sistema y acometer una reforma curricular que adecúe los contenidos a las necesidades de la vida adulta y del mundo laboral.  También emprender un ambicioso plan de infraestructura escolar que atienda el déficit de oferta.  Pasa, de igual modo, por ocuparse de la calidad de la educación, de la formación docente y de su adecuada remuneración.  Otro reto vital es el bono demográfico.  Atravesarlo con una fuerza laboral mal preparada y con un sistema educativo que sigue expulsando a los jóvenes prematuramente o sin conocimiento útil sería una oportunidad perdida. 


El tema educativo no puede volver a guardarse.  Es importante nuestra participación en la Consulta Nacional para dejarle claro al gobierno nuestras posturas y aportes, reclamos y exigencias.  Entre esas una fundamental: el rechazo a cualquier intento de adoctrinamiento y partidización de las escuelas a través del llamado plan de la patria y la manipulación ideológica que traen los libros de ciencias sociales de la colección Bicentenario.  La discusión no se agota aquí.  Impulsemos la organización activa de todos en la lucha por una educación libre y de calidad que haga grande a Venezuela.  ¡Hagamos sentir nuestra voz!

miércoles, 23 de abril de 2014

El valor de ser distintos (Publicado en El Universal)

Las identidades políticas han cambiado radicalmente en los últimos quince años.  La polarización exacerbada ha causado que gobierno y oposición, más que casillas circunstanciales, se conviertan en etiquetas de autodefinición política.  Esta categorización de las simpatías resulta incompleta y artificial, la realidad es mucho más compleja.  No todos los inconformes con el gobierno son de oposición, y no todos los que se oponen al gobierno lo hacen por las mismas razones.

Vale recordar, sí, algunos puntos centrales que compartimos los que adversamos al poder. Nos oponemos a un gobierno que promueve la división, el odio y la discriminación.  Hacemos oposición a un régimen de muerte que ha enterrado a más de 200 mil víctimas de la violencia en medio de total impunidad y apología del delito.  Nos oponemos a un modelo económico fracasado que quebró el aparato productivo nacional y acabó con la economía del país.  Somos oposición a un régimen antidemocrático, militarista y violador de los derechos humanos. 

Extraña, entonces, cierto empeño de algunos actores de oposición en reproducir las prácticas del gobierno.  Ojo por ojo, fuego con fuego.  Esa es la lógica de quienes, frustrados con sobradas razones por la situación grave del país, buscan cómo reaccionar.  Al discurso de odio responden con más odio.  Del liderazgo espera comportamientos que rayan en la imitación roja.  A los excesos de las fuerzas represivas responden, no pocas veces, pisando el peine de la violencia.  La puesta en práctica de los valores democráticos la dejan “para después”, para “cuando pase esto” porque, desde su perspectiva, con esta gente no se pueden aplicar.

Quienes nos oponemos a los desmanes del gobierno debemos encarnar auténticamente el cambio.  No se trata de sustituir un proyecto excluyente por otro.  No es cambiar de manos el garrote ni los instrumentos de dominación.  Mucho menos es bregar por la instauración de un “chavismo azul”. Se trata de ser verdaderamente distintos al proyecto que criticamos.  Distintos al odio, a la destrucción, al atropello, a la división.  El momento de demostrar nuestros valores es ahora.  Los tan citados ejemplos de Mandela y Gandhi no pueden quedar para las efemérides.  De ellos, como de tantos otros, debemos aprender el valor de ser distintos en circunstancias de extrema injusticia, desespero y calamidad. 

Pasar de oposición a alternativa implica convertirnos en el estandarte de la Venezuela que queremos.  Es asumir la democracia como práctica, sin asteriscos ni excepciones.  Lejos de imitar al chavismo, nuestra lucha debe diferenciarse del desastre que nos ha dejado este modelo fallido.  Atrevámonos a promover y defender esa Venezuela distinta que soñamos, una en la que cabemos todos, sin distinciones ni chantajes, donde reine una justicia que pase por el combate a la impunidad y la lucha contra la pobreza.  Valoremos en nuestro liderazgo, no cuánto pueda gritar para ponerse al nivel del contrario, sino su ponderación para enfocarse en brindar soluciones a los problemas reales del pueblo.  Promovamos, sin complejos, un modelo económico en el que la participación de los particulares sea protagónica, con plena confianza y respeto a la propiedad privada, que impulse de manera definitiva la producción nacional y la diversificación de la economía.  Rechacemos la violencia.  Basta de jugar en el tablero rojo, hallemos el valor de ser distintos para lograr una Venezuela de solidaridad, esperanza, progreso, paz y reconciliación.

@danielfermin


miércoles, 16 de abril de 2014

Lo normal en Venezuela (publicado en El Universal)

La normalidad suele estar asociada a lo apacible, a la cotidianidad tranquila y sin mayores sobresaltos.  No es el caso de Venezuela.  Los últimos tres lustros han traído una nueva normalidad, signada por el conflicto permanente y la pretensión de dominación de un proyecto que ve necesaria la aniquilación del contrario para lograr su propia supervivencia. En el plano institucional es evidente. Lo normal, en cualquier democracia republicana, es la separación de poderes. Lo normal en Venezuela es la subordinación de todos los poderes al Ejecutivo.  Tampoco hay equilibrio a lo interno de cada uno de ellos. La Fiscalía General, el Tribunal Supremo, la Contraloría General y el Consejo Nacional Electoral sirven incondicionalmente los designios del partido de gobierno, contrario a lo que establece la Constitución. También el sistema nacional de medios públicos está al servicio exclusivo del PSUV y hasta la Fuerza Armada Nacional, violando flagrantemente la Carta Magna, se declara chavista en cada oportunidad que se le presenta. Lo normal en Venezuela es la hegemonía.

Los primeros años del chavismo trajeron la consigna "Venezuela ahora es de todos". Fue un slogan vacío, cuando no una estafa colosal. El proyecto que está hoy en el poder, lejos de reconocer a todos los venezolanos, margina a la mitad del país y gobierna para sus incondicionales. Quizás la muestra más contundente sea la aparición de la lista Tascón, con la que el gobierno decidía quién accedía o no a beneficios, asistencia social y empleos de acuerdo a sus simpatías políticas. Más de una década después de aquella bochornosa violación a los derechos humanos, siguen ocurriendo las mismas prácticas.  Pasa con los Consejos Comunales, que si no son rojos no pueden registrarse o que, a los que por descuido del sistema pudieron hacerlo, no les bajan recursos por no estar con el proceso. Sucede con la administración de justicia. Hay juicios que llevan años y años esperando ser desengavetados por las togas rojas, que sin embargo son expeditas a la hora de dictar sentencia contra líderes electos de la oposición. También se evidencia en la asignación de recursos a alcaldías y gobernaciones. Lo normal en Venezuela es el apartheid político.

Es fuerte el choque entre el imaginario de los valores que tradicionalmente han caracterizado a Venezuela y lo que día a día vemos en las calles. Se instaló el odio, promovido por la retórica oficial. Creció la violencia, alimentada por el discurso de odio y reforzada por la impunidad. De la mano de un modelo económico importado de Cuba llegaron las colas, para todo, y se fueron los productos y el empleo de calidad, junto a la libertad de elegir. Lo normal en Venezuela es la angustia: de que no te maten, de que no haya, de que no alcance si hay.

La normalidad de hoy no puede ser para nosotros un fatalismo. Esa realidad nos impulsa a luchar por el cambio. Ante un régimen que ha sumido a la población en el miedo, en la desconfianza, en el desconocimiento del otro, en la violencia, en el "no hay", en la cola, en la humillación, en el atropello y en la discriminación, tenemos la responsabilidad histórica de lograr un país distinto e infinitamente mejor, de no descansar hasta que lo normal en Venezuela sean las buenas noticias, el avance social, la paz, la armonía, el progreso, la justicia y la inclusión.  Con el esfuerzo de todos, ese país que soñamos está a la vuelta de la esquina.

@danielfermin

miércoles, 9 de abril de 2014

Lucha firme por el cambio (Publicado en El Universal)

Los venezolanos vivimos la peor crisis de la historia reciente, producto de un modelo fracasado que destruyó la institucionalidad democrática, acabó con la economía nacional y promueve activamente un proceso macabro de desintegración social.  Ante esta grave situación, en Primero Justicia realizamos el domingo pasado nuestra Convención Nacional para reafirmar el compromiso de lucha por el cambio democrático y la construcción de un futuro de progreso para todos por igual.

Presentamos al país un Manifiesto por la Justicia en el que reiteramos nuestras acciones para construir un orden social basado en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad.  El gobierno de Nicolás Maduro se ha convertido en el mayor obstáculo para alcanzar estos propósitos.  Se trata de un gobierno no democrático y hegemónico, de vocación totalitaria, filiación castro-comunista y perfil militarista, que coarta las libertades ciudadanas y pretende controlar todos los aspectos de la vida social, sumiendo a los venezolanos a las condiciones denigrantes que todos padecemos en nuestro día a día.

Nuestro llamado es a mantener activa la lucha por la libertad.  No se trata de cambiar un gobierno, sino de cambiar un sistema.  Para lograrlo, proponemos tres niveles de acción, enmarcados en la Constitución.  El primer nivel es la lucha de calle, pacífica y organizada.  El segundo nivel es el de la opinión pública, sometida hoy a la desinformación y la censura.  El sistema de medios públicos debe estar abierto a todos los venezolanos, en vez de estar secuestrado por el partido oficial.  El tercer nivel es la vía institucional y electoral.  No podemos subestimar la importancia de aprovechar todos los medios que nos permitan las leyes y la Constitución para acudir a las instituciones, por maltrechas que estén, a exigir justicia y para enfrentar un sistema electoral ventajista y arbitrario.

Para superar la crisis hacemos una serie de exigencias concretas al gobierno: 1) la liberación inmediata de todos los presos políticos; 2) el cese de la criminalización de la protesta; 3) el desarme y desmantelamiento de los grupos civiles armados por el régimen; 4) la renovación de los poderes públicos con independencia, como manda la Constitución; 5) el restablecimiento de la prensa libre y la terminación del monopolio comunicacional por parte del Estado; 6) el respeto a las competencias constitucionales de alcaldes y gobernadores; 7) la expulsión de los agentes del castro-comunismo en Venezuela; y 8) la despolitización de la FAN.

Por último, hacemos un llamado a la esperanza.  Que la injusticia que hoy reina en Venezuela de la mano del abuso, la arbitrariedad, la impunidad y la violencia no nos derrote, sino que nos impulse a continuar la lucha firme por lograr el cambio y construir, entre todos, esa Venezuela próspera y de justicia que soñamos.

@danielfermin

miércoles, 2 de abril de 2014

Lenguaje, revolución y polarización (Publicado en El Universal)

Si alguien duda de la importancia política del lenguaje, basta que revise los últimos anuncios gubernamentales. Plantea el aumento de la gasolina, pero no dice que va a subir de precio sino que van a "empezar a cobrarla". A la devaluación la llama "reevaluación". Al incremento de las tarifas eléctricas lo denominan "disminución del subsidio a la luz". A la represión desmedida, "pacificación". No es una simple cuestión semántica. El lenguaje es una forma de dominación. 

Desde el comienzo el proyecto chavista se esmeró en esto. Englobó todo el periodo de la democracia civil bajo el rótulo "IV República", metiendo en un mismo saco épocas de prosperidad y crisis, lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira. En pleno apogeo de la antipolítica, la etiqueta pegó y vemos cómo personajes de oposición la utilizan libremente, incorporándola a su propio discurso. Lo mismo sucedió con el término "escuálido" para referirse a esa oposición política. Hoy no se trata solamente de una expresión despectiva utilizada por oficialistas para desconocer al contrario, sino que muchísimos venezolanos críticos, especialmente en los sectores populares, se asumen como escuálidos, enfatizando en el término una cualidad de identidad política. Hay muchos casos más: en la campaña presidencial vimos franelas que decían "yo soy majunche" y hoy vemos pintas exaltando el "chuckyteo" por parte de los manifestantes en Chacao, en referencia al insulto proferido por Nicolás Maduro en cadena nacional.  Esto es una trampa. "¡Pero tenemos patria!". Autogol.

El lenguaje político es una discusión de valores. El gobierno lo ha entendido y encuadra la discusión valorativa de la política en combinación con lo emocional para disparar, desde allí, todos sus mensajes. En esto le ha sido vital la polarización como estrategia. Lo declaraba Aristóbulo Istúriz recientemente: "solo en la confrontación avanza la revolución". Cuando polarizan, ganan. El lenguaje polarizador le ha permitido al gobierno manipular el pasado, bloquear nuestro mensaje en los barrios, distraer de los problemas y dividir a los sectores críticos.  Al polarizar establecen un enemigo, culpable de todas las calamidades y, a la vez, logran provocar a ese enemigo para que responda en el mismo tono, dándole así "la razón" al provocador. La experiencia de estos quince años ha demostrado, contrario a lo que algunos creen, que despolarizar el discurso político sólo trae beneficios a la alternativa democrática. 

Quienes luchamos activamente por el cambio debemos comprender que dar un uso correcto al lenguaje político no es una necedad caprichosa, sino una necesidad.  Hacerlo, en la práctica, pasa por utilizar un lenguaje propio, nunca el del oponente. Se trata de comunicar en positivo y con autenticidad, de una manera sencilla que llegue a la gente. Para romper la dinámica perversa de la polarización, debemos dejar atrás el dilema "chavismo vs. oposición" y concentrarnos en plantear la lucha en los términos reales: un pueblo que padece contra el mal gobierno, reconociendo que a todos nos afectan los mismos problemas.  Debemos concentrarnos en lo que nos une, más que en lo que nos divide y focalizarnos en sumar.  Allí está un pueblo que reclama todos los días por la escasez, la violencia y el abuso. Articularlo para organizar un gran movimiento social por el cambio pasa por sortear la trampa deshumanizante de la polarización, que ha sido la última trinchera del gobierno.

@danielfermin